¡Se lo dije!

Mario Correa Bascuñán | Sección: Historia, Política, Sociedad

#01-foto-1¡Qué incomodo resulta ser autorreferente, si uno quiere, además, ser caballero y bien educado!

Pero hay ocasiones en que no queda más remedio. Es lo que le pasó al destacado abogado, economista y periodista Hermógenes Pérez de Arce, a quien no le quedó más que recordar sus aprehensiones respecto de doña Camila… (Ver artículo.)

Cuando comenzaba a tramitarse la ley que cambiaba el sistema electoral y propugnaba la inscripción automática, en estas mismas páginas hacía ver la inconveniencia de la inscripción automática. El artículo se publicó en febrero de 2009 y se llamaba “Inscripción obligatoria, voto voluntario”.

Pasaron los tiempos, se publicó la ley, se estableció la inscripción automática, rindiendo culto a santa tecnología e ignorando que Murphy siempre se ensaña con esta santa, y… empezaron los problemas.

La razón de que impugnara la proposición de inscripción automática era que me había tocado presenciar en un país europeo una serie de problemas, que obligaron, incluso a repetir las elecciones en provincias enteras, ante la posibilidad y hasta la certeza de fraude electoral.  En efecto, escribí:  Pues bien, tuve la suerte de vivir en uno de esos países, curiosamente gobernado a la sazón por socialistas, en que luego de cada elección aparecía un número importante de personas reclamando que, al llegar a votar donde se suponía debía estar inscrito de acuerdo a su domicilio, no lo estaba. En cambio, aparecía en otro pueblo a cierta distancia. Incluso recuerdo el caso de personas que, enteradas de que su inscripción se encontraba en otro pueblo, viajaba hasta él y comprobaba que ya había votado; es decir, otra persona había votado por él”.

Argumentaba en esa ocasión que la falta de la firma y de la huella digital, restaría certeza a la inscripción. Además, aparecía conveniente fortalecer la cultura cívica, exigiendo el acto personal de acudir a inscribirse, aduciendo que lo menos que se puede exigir de un ciudadano es que se tome la molestia de inscribirse, para que pueda ejercer el derecho de elegir a quienes han de regir los destinos de nuestra nación chilena.

Echaba de menos que en la discusión parlamentaria se considerar esta alternativa, porque hoy en día se ha ido instaurando una cultura de hacer todas las cosas lo más fáciles y cómodas posibles, produciendo unos ciudadanos mediocres que la única ley que están dispuestos a cumplir es la del mínimo esfuerzo; y recomendaba volver al antiguo sistema, vigente hasta el 11 de septiembre de 1973, de inscripción obligatoria, sin perjuicio de que, con posterioridad, el voto pueda ser voluntario. En esa época, para cualquier trámite en instancias públicas, se requería estar inscrito en los registros electorales.

Además, hacía ver que se abría la posibilidad de fraude electoral.

Hoy no tenemos certeza de que haya habido fraude; pero no deja de ser curioso que mi cónyuge, por comprar un auto, haya sido cambiada de domicilio electoral; y que tres de mis hijos hayan renovado la cédula de identidad u obtenido pasaporte en los mismos tiempos, y no los hayan cambiado.

Tenemos antiguas experiencias en nuestro querido Chile en que, incluso con inscripción obligatoria, aparecieron muertos votando. Ahora tenemos muertos automáticamente inscritos… ¿Y si votan? Claro, si me toca verlos, salgo arrancando; pero podrían no ser muy visibles, especialmente si hubiera escasez de apoderados.

En momentos en que hay tanta desconfianza en las instituciones, no se puede dejar espacio a este tipo de suspicacias.

Me parece que la situación para esta elección ya no tiene remedio; pero, aunque aparezca impopular y arcaico, vuelvo a proponer la inscripción obligatoria para lo futuro, al menos para los que se quieran cambiar de domicilio electoral. ¡Ah! Y que los parlamentarios no se suban por el chorro, incorporando el voto obligatorio, porque los veo nerviosos con la abstención que se han esforzado en lograr.