Las “élites” de nuestro país

Cecilia Cifuentes | Sección: Historia, Política, Sociedad

#07-foto-1Hace pocos días el vocero del Gobierno señalaba que “las élites debiesen tener más empatía con el país real”, utilizando un vocablo, “élite”, que se repite en forma incesante en los discursos públicos, los debates, las noticias, las columnas de opinión y otras. Se suele además emplear con un tono peyorativo, como si se tratara de algún tipo de señores feudales o dioses del Olimpo que viven alejados de la realidad del resto de los ciudadanos; pero no solo eso, sino que además pretenderían dominarlos, muchas veces a través de abusos reiterados. Dado que sabemos que el lenguaje crea realidad, pienso que esta constante alusión a las llamadas “élites” no contribuye para nada a resolver los problemas de falta de confianza, y profundiza en ese discurso de “los poderosos de siempre” que bastante daño hizo al inicio de este gobierno.

Llama la atención, asimismo, que todos los que utilizan la expresión forman parte de esa llamada élite, la cual debemos entender como aquellas personas que por su posición política, económica o social tienen algún grado de influencia, lo que ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo en todas las sociedades del planeta. Por lo tanto, su mera existencia no es un hecho condenable, ya que es inevitable. El punto de fondo es entonces la forma en que esas personas obtienen su predominio, ya que si es por sus propios méritos, más que condenable, es bienvenido, en el sentido de que es bueno para una sociedad que aquellos con mayor poder de influencia sean de alguna forma los mejor preparados para tenerla. ¿Cumple la élite chilena con esta condición? En términos generales, sí, ya que los políticos más conocidos, los empresarios importantes y los líderes sociales han obtenido mayoritariamente su posición por sus propias condiciones; por lo que esta asociación de la élite con una suerte de lucha de clases entre los poderosos de siempre y los oprimidos no se condice con la realidad.

Si miramos, por ejemplo, las grandes fortunas del país, la gran mayoría son primera o segunda generación –en muchos casos inmigrantes– que han logrado su éxito mayoritariamente producto del esfuerzo y de su gran capacidad empresarial. Algo similar ocurre con los líderes políticos, aunque sería deseable mayor recambio y participación de jóvenes, no tenemos tampoco un problema de dinastías que se perpetúan en el poder, independientemente de sus condiciones de liderazgo. Para qué hablar de los líderes sociales, donde se aprecia bastante movilidad. Definitivamente, no parece existir en Chile una asociación evidente entre los líderes y los “poderosos de siempre” cual casta inamovible y perpetua.

Lo que sí debiera estar siempre en la agenda es que sean los méritos, y no un comportamiento indebido, lo que conduzca a las personas a una posición de liderazgo. En lo económico, esto se logra con mayor y mejor competencia, y en lo político, cuidando, entre otros, la transparencia de su financiamiento. Queda por mejorar en Chile en estos ámbitos; pero, sin duda, que se han dado grandes pasos en años recientes, principalmente como resultado del mundo más transparente en que ahora estamos insertos. Aplaudamos los avances en vez de quedarnos pegados en un lenguaje que crecientemente deja de ser válido para describir la realidad actual.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.