Estado de Chile y religiones

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Historia, Política, Religión, Sociedad

#02-foto-1-autorLas voces que proponen que el Estado no “subcontrate” –así lo llaman– con una religión determinada un acto de acción de gracias por el inicio de nuestro proceso de emancipación, tienen que hacerse cargo de los siguientes argumentos… y después hablamos.

La Constitución sostiene que el Estado “está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible”. O sea, aunque el Estado de Chile es neutral respecto de todas y cada una de las religiones específicas, no lo debe ser respecto de la religión como manifestación del espíritu humano, y condición social imprescindible para que los creyentes puedan alcanzar su mayor realización posible. Romper todo vínculo con las religiones que creen en Dios implicaría simplemente ligar al Estado con la religión que cree en el Hombre. Los totalitarismos ya lo intentaron.

El Estado no es una entidad abstracta, etérea. Es un conjunto de órganos concretos servidos por personas concretas para servir a personas concretas en una nación concreta con una historia concreta. O sea, el Estado chileno es de los chilenos y para los chilenos. Y resulta que los chilenos son en su inmensa mayoría creyentes y practicantes de muy variadas religiones. Por eso mismo, el Estado se relaciona con todas ellas, las regula por la Constitución y las leyes, le reconoce a sus miembros derechos anteriores al Estado (creer, profesar y practicar) y facilita el ejercicio de esa vida de fe. El día que el Estado chileno se declare ateo habrá vulnerado uno de los derechos humanos básicos, porque habrá roto toda posibilidad de gestar el bien común y de identificarse con una enorme y mayoritaria porción de la población. Incluso si entonces quedara un solo creyente en Dios, a ése habría que garantizarle sus derechos como la inmensa mayoría tendría garantizados los suyos a creer en otros dioses, diosecillos, ídolos e idolillos.

Las religiones forman con sus doctrinas, con sus concepciones morales, con su sentido de la disciplina y con su incentivo al amor fraterno, a un porcentaje mayoritario de las personas que llegarán a ser funcionarios o personeros del Estado, probablemente en la misma proporción de los creyentes totales del país. Para contar con un Estado completamente desligado de las religiones, habría que exigirle a los postulantes a cargos públicos certificado de ateísmo y considerar la eventual posterior conversión como una causal de expulsión del aparato público. Sería una notable contribución a la definitiva separación entre el Estado y las confesiones religiosas. El Estado se quedaría con los restos y las religiones con la sustancia.

Y así, podríamos seguir y seguir razonando. Siga usted.