Aysén: universidad o universitarios

Joaquín Fermandois | Sección: Educación, Política

#08-foto-1La polémica renuncia de la rectora de la Universidad de Aysén reveló algunos gustitos que suelen darse los académicos con las utopías de moda. Una autonomía de ese tipo desnaturaliza por completo el sentido de la libertad académica consustancial a la universidad. En fin, este hecho sirve para meditar con más profundidad acerca de la creación de una universidad pública en Coyhaique. El propósito no puede parecer más noble y entiendo que nadie se atreve a oponerse o siquiera a criticarlo. Algo parecido sucede en la Región de O’Higgins, aunque ambas realidades tienen notables diferencias.

Con todo, se impone la pregunta: ¿Se necesita? ¿No será más bien que lo que requiere Aysén es que sus jóvenes sean universitarios y cabría explorar otras posibilidades para obtener el mismo fin? Lo digo porque he pasado 50 años de mi vida entre los muros de la vida universitaria y conozco de primera mano la ardua tarea de formar, reformar y enderezar una institución universitaria, los mil gastos cotidianos de personas e infraestructuras con presupuestos siempre insuficientes. Para Aysén, en el mejor de los casos, por décadas se desarrollará una apariencia de universidad henchida de carencias y demandas y quizás en huelga sempiterna. No entiendo qué se ganará. Desde luego, no en calidad. De lo que se trata es de dar una oportunidad real de acceder a la educación superior a los jóvenes de esa región y no tener como fin en sí mismo la creación de una universidad.

¿No sería entonces mejor facilitar esa condición dando la posibilidad y los medios a esos jóvenes para que asistan a otras universidades del país? Se les puede otorgar beca completa, con manutención y todo, incluyendo con medios para pagar pasaje con el fin de que al menos una vez al mes puedan visitar a sus familias y su lugar de vida, alejando en lo posible las tentaciones del desarraigo. No soy el indicado para efectuar el cálculo; pondría en cambio las manos al fuego en que todo ello supondría un costo muchísimo menor que la instalación de una infraestructura universitaria y de su personal. Para que no se crea que propicio atraerlos a Santiago y alimentar la bestia centralista, esto debería limitarse al sistema universitario acreditado desde Biobío al sur, hasta Magallanes, potenciando las universidades regionales con capacidad ya instalada en un entorno no tan diferente al de origen.

Para ciudades como Coyhaique se debe establecer un centro de formación técnica -si es que ya no los hay; y en ese caso fortalecerlos- y sobre todo darles vida a centros que desarrollen genuina actividad cultural y que sean semilleros de una paulatina creación universitaria, que no se logra de la noche a la mañana. Una institución de este último tipo debe acometer el cultivo de la cultura en su sentido más prístino; lo digo, porque me ha tocado ver en algunos lugares cómo los jóvenes los visitan para utilizar sus computadores y aplicarse al juego de moda (imagino que ahora será el Pokémon) en una actitud que permea toda la actividad de esos espacios, escaseando el arte, la cultura, el intelecto. Por supuesto, hablo de cultura en sus múltiples expresiones, aunque con un límite para no estirar el concepto como sucede con los cantantes del metro.

Estrujamos todo hasta robarle el sentido. En esto de reformar hasta la piedras, el erario nacional se va a desangrar en mil batallas sin estrategia y las cosas quedarán donde están. En cambio, descuidamos el silencioso trabajo de cada día de dejar al fin de la jornada -en este caso- la educación un poco mejor que como se encontraba cuando iniciamos la tarea, esa construcción ladrillo a ladrillo que parecemos desdeñar.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.