Mario Góngora: el chileno culto

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Educación, Historia, Política, Sociedad

#02-foto-1Quien se acerque a la vida de Mario Góngora tiene la sensación de entrar en un gran misterio.

El misterio de los hombres superiores, de esos colosos que por humanidad y cultura –naturaleza más esfuerzo personal– nos superan tan evidentemente al resto de los mortales, que los demás nos quedamos en estado de sensata admiración.

Góngora evolucionó. Se acercó al falangismo, al comunismo y devino finalmente en tradicionalista. Y en ese ir y venir, en búsqueda continua, no caminó solamente a través de las personas, sino que pasó por los libros. Leyó 621 entre 1934 y 1936: los comentó, los anotó, los digirió. ¿Habrá algún otro chileno de esos años con mayor apertura a la cultura clásica, así como a la producción intelectual de su época?

Por eso, Góngora pudo después, al mismo tiempo, investigar con erudición de artesano y ensayar con la mirada profunda de un gran gestor cultural. Sus trabajos sobre conquistadores e inquilinos lo caracterizan en la primera vertiente; sus obras sobre el Estado Indiano y Republicano, en la segunda.

Había estudiado Derecho y obtenido las máximas calificaciones, pero fue la Historia la gran amiga de su tímida vida. La Historia fue el oficio lateral –en palabras de Gabriela– que se convirtió en ocupación primordial. Gran crítico del liberalismo y notable profeta para denunciar la cultura de masas, Mario Góngora alumbró con sus trabajos el sentido de un Chile que él intuía a la deriva.

Poco antes de su trágica muerte en 1985, en una memorable mesa redonda en la Residencia Universitaria Alborada, Mario Góngora junto a Juan de Dios Vial Larraín y José Miguel Ibáñez, analizaba el papel de las Humanidades en la formación de los alumnos universitarios. Fue un momento de gran elevación del espíritu, porque ahí sí que se hablaba sobre la auténtica calidad en la educación superior.

Lectura, investigación, formación de los alumnos: tres vertientes que en Mario Góngora alcanzaron una plenitud insuperable. Desconocer su legado es privarse de un auténtico patrimonio.