Insaciables cocodrilos

Fernando Villegas | Sección: Política, Sociedad

#04-foto-1El caso de la ex señora de Osvaldo Andrade, conocido y locuaz Benefactor del Pueblo, así como el caso de un “actor social” que contaba ya con un expediente de beatificación en el Vaticano pero que, pese a eso, ha financiado sus diligencias como dirigente y su campaña como candidato a diputado con dineros provenientes del arcón del enemigo –aunque se trataría de un lamentable caso de excesiva inocencia; el receptor de los dineros, lejos de ser cómplice, sería víctima de las acciones corruptoras de la derecha– nos ilustran de modo pintoresco y anecdótico que no hay modo de satisfacer a un cocodrilo hambriento, pero además tampoco es fácil reconocerlo porque suele deslizarse disfrazado de inocente tronco o aguarda su presa escondido en el agua cenagosa.

Posiblemente, nos ilustra “Animal Planet”, sea casi tan insaciable como los lobystas y los operadores políticos.

Hay quienes han pretendido domesticar a unos y a otros, a cocodrilos, lobystas, operadores y camaradas por igual, pero hasta la fecha han fracasado. Por muchas salchichas que les arrojen, siempre piden más y no dejan de apuntar hacia el aterrado benefactor una bocaza repleta de filosos dientes. Cada porción adicional no aplaca sino aumenta su hambre. Al final el amable distribuidor de salchichas, sea el amaestrador o el Estado, termina como plato de fondo. El cocodrilo, sin embargo, podría argumentar en descargo que es un niño de pecho en comparación con la clase política, infinitamente insondable en sus demandas y depredadora en casi todos sus actos. Podría decir que a él sólo lo mueve el hambre fisiológica, mientras a sus colegas de depredación los moviliza el apetito, de naturaleza cerebral y por ende sin fondo conocido.

La ex señora de Andrade, es verdad, hizo algunos méritos; laboró 21 años despachando –con estufa y vaporosa tetera debajo del escritorio– tal vez hasta un comunicado de gendarmería a la semana, pegando recortes de prensa para el jefe y posiblemente dirigiendo la revista institucional para informar a los funcionarios que el equipo de baby fútbol de Punta Peuco ganó 5 a 4 al de la cárcel pública de Santiago. En su último período esa ardua labor le significó un salario de media docena de palos o más y cuando jubiló logró una apetitosa pensión de unos cinco millones. Al hacerse público dicho milagro administrativo, en el acto hizo estallar un escándalo. A raudales brotó la irritación envidiosa de don Juan y doña Juanita, la plancha de su exmarido fue colosal, la del partido de la señora –el socialista– no fue menor, hubo los habituales anuncios de “tribunales supremos”, se presentaron demandas judiciales, se iniciaron investigaciones y la prensa y las redes sociales dedicaron casi todo su espacio y su tiempo paleando carbón al horno de la ira pública.

Y sin embargo, ¿qué hizo ella de distinto a lo que haría cualquier otro ciudadano si se le ofreciera una pensión de ese calibre? Seguramente en cinco minutos ya habría encontrado buenas razones para justificarla y legitimarla. ¿Quién está en condiciones, en Chile, dulce patria de la deshonestidad expresa o tácita, de arrojar la primera pensión?

Los Insaciables

#04-foto-3La exseñora Andrade no está sola en su disfrute de tan generoso aporte del Estado. Muchos funcionarios de la misma repartición se beneficiaron de algo parecido, aunque su número no es nada comparado al de los MILES de camaradas, combatientes y comandantes de ambos sexos que han entrado a la administración pública para promover la causa popular. Aun no jubilan, pero si algún día se descubre su insuficiencia y los despiden, entonces podrán alegar la patética condición de “exonerados”, esto es, de víctimas, con la cual adquirirán derecho legal y moral para estirar la poruña.

Pero si por razones de alta política se abrieron las Grandes Avenidas del saqueo al erario público y los camaradas se han puesto insaciables, no son los únicos a merced de dicho impulso tan primario. Insaciables son los estudiantes, quienes partieron con el humilde tema del carnet escolar y ahora no están satisfechos con que un 70% de ellos obtenga total gratuidad para la universidad, nada menos. Insaciables son los dirigentes sindicales no bastante contentos con sus fueros, cotizaciones y cómodas jornadas laborales, por lo cual pretenden ahora el monopolio, al estilo de El Padrino, del manejo de todo lo que los trabajadores pretendan, demanden o ambicionen. Insaciables son los rectores de las universidades tradicionales pues no cejan en encontrar “insuficientes” los aportes basales donados para la alimentación de sus caimanes académicos. Insaciables son las demandas de ese barril sin fondo que es la salud modelo 2016, la cual recibe un aporte fiscal tras otro sin más resultado que déficits en escala cada vez mayor. Insaciables los profesores, el grupo que más aumentos ha recibido en los últimos diez años, pero siempre dispuestos y ganosos para exigir otros nuevos. Insaciable el sector público, cuya productividad es discutible y/o se mide por los estorbos que pone en el camino de los privados. E insaciable es la oligarquía política, la cual por el afán de satisfacer sus ambiciones, está dispuesta a transar con el Diablo a cambio de dinero para empapelar el país con sus gigantografías.

El Chancho y el Afrecho

Enormemente injusto sería concentrar el tema de la insaciabilidad en las personas y sus presuntas “malas prácticas”. Ninguno de los protagonistas es otra cosa que un ser humano, frágil criatura a merced de todas las tentaciones. Cabe aquí un simple silogismo: “Todos los humanos son insaciables, Pedro, Juan o Diego son humanos, ergo, son insaciables”. Más vale centrar el análisis en las condiciones que permiten crecer dicha propensión más allá de lo que es normal y tolerable. Y aceptado ese punto es cuando y donde entra a tallar en el debate no el tema de la presunta “mala práctica”, sino el del una mala política. En efecto, la insaciabilidad que ha llevado y sigue llevando a toda laya de distorsiones se ha manifestado y ha crecido porque ha sido abonada a porfía. Se le ha dado abundante afrecho. En verdad se le dio afrecho aun antes que los actuales gobernantes entraran a la bodega donde se guardaba el ahora agotado producto. Se prometió a borbotones y desde el primer día se estuvo dando sin que hubieran “brotes verdes” para reproducirlo; además y a poco andar el chancho engordado se convirtió en un cocodrilo famélico que no se llena con nada.

Estas políticas alimenticias jugando contra el tiempo tienen nombres glamorosos: pensiones “dignas”, inversión social, emparejamiento de la cancha, subsidios, deuda histórica, aportes basales, equidad, gratuidad, etc. Y al mismo tiempo estas políticas tienen resultados desastrosos, como lo vemos en un caso extremo, de caricatura, con el proceso revolucionario y bolivariano de Venezuela en virtud del cual miles de ciudadanos de esa nación, lucero de Latinoamérica a juicio del senador Navarro, deben cruzar la frontera hacia Colombia para ir a comprar papel higiénico. Venezuela sencillamente agotó su stock de salchichas.

El cocodrilo

#04-foto-2Todo eso es lo que hace del cocodrilo una metáfora servicial porque, como sucede con las masas, es muy difícil convencerlo de que se acabaron las salchichas. El gobierno sabe que debe interrumpir o acotar el suministro, pero no quiere hacerlo con la voz y el rostro de Su Excelencia, de modo que endosará el deber y el poco querer al ministro Valdés. Sin embargo a La Moneda no le será posible lavarse las manos. Hay un solo Pilatos, el PC, el cual desde la cómoda postura de un pie en el gobierno y otro en la calle afirmará que se privilegia la satánica calculadora financiera del capitalismo en vez de priorizar al encantador mantra “cambiar las estructuras”. Todos los demás habitantes de Palacio quedarán haciendo de Herodes y no se avizora cómo se sacarán el bulto. O tal vez se lo sacarán con un último espasmo de voluntarismo suicida y seguirán adelante con la idea de resolver “la cuestión del poder”. Después ya se verá si el país sigue a flote.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.