El retorno de Epicuro

Orlando Sáenz R. | Sección: Sociedad

#09-foto-1Epicuro fue un filósofo griego de finales del siglo IV y principios del III a.C. que, desde la escuela que fundó en Atenas, difundió la concepción de un universo mecanicista en que todo, absolutamente todo, es material y no existe ni la providencia ni la trascendencia. En su concepción, el alma humana es una sutilísima sustancia que nos dota de razón y sentimientos, pero que no sobrevive al cuerpo. En ese universo, el único propósito posible de la existencia humana es el goce de los sentidos, la razón y los sentimientos. Comprendiendo que en su materialista universo no hay base alguna para fundar una ética, Epicuro la construyó sobre el concepto de que el supremo goce del alma es la virtud, de modo que la generosidad, la solidaridad, la buena voluntad, el respeto, etcétera, no son otra cosa que placeres sublimados. Pero, para alcanzar esa cúspide del placer hay que aguzar y entrenar al alma, y eso se logra con la educación, entendiéndola en la concepción integral que de ella tenían los griegos, la “paideia”, muy superior a lo que hoy nosotros entendemos por educación. Por eso es que para Epicuro el sabio es virtuoso, porque eso es la cúspide del placer, pero que no elimina en modo alguno el goce adicional de los sentidos.

Basta ese apretadísimo resumen para comprender que, al menos en lo que respecta a la sociedad judeo-cristiana occidental de que formamos parte, Epicuro está de vuelta y reina soberano. Hemos terminado por construir una civilización en que el único objeto de la vida es el placer, material y/o intelectual, y cuyos métodos de búsqueda dependen del grado de evolución cultural, desde el bestial drogadicto o delincuente, hasta el sabio más virtuoso y refinado. No quiero decir con esto que todos hayamos adherido a la doctrina de Epicuro, sino que vivimos como si así fuera, aunque intelectualmente creamos en un trascendentalismo que no vivenciamos en la enorme mayoría de los casos individuales. En el universo de Epicuro, el desarrollo económico es un fin supremo porque crea el bienestar, todas las formas de sensualismo son legítimas y fomentables, y el invento y satisfacción de nuevas necesidades, por artificiales que sean, son el objeto y el motor del avance hacia el placer. ¿No es ese acaso el retrato de nuestra sociedad, que vive como si la providencia y el trascendentalismo solo fueran conceptos abstractos?

El regreso de Epicuro explica varios fenómenos, al parecer extraños y muy dispersos, que nos afligen. Explica, por ejemplo, la guerra cada vez más explícita entre la civilización islámica y la nuestra. Para una civilización tan providencial y trascendentalista como la islámica, el hedonismo de la nuestra no puede ser otra cosa que motivo de horror y repulsión, que se tornan insoportables si, además, se involucra en su ámbito. Por cierto que esos sentimientos no justifican el terrorismo y el Estado Islámico, pero ayudan a comprenderlos.

En un muy distinto orden de cosas, el epicureísmo explica la ira contenida que embarga cada vez más a nuestras sociedades y que ya se muestra incontenible en Europa, Estados Unidos y en todos nuestros países latinoamericanos. Esa ira, que ni los propios afectados suelen poder explicar, es el reflejo de la insatisfacción ante la oferta de vida que emana de una sociedad materialista. En otras palabras, es la reacción inconsciente del ser humano ante la intrascendencia de la vida. Se necesita ser muy valiente para enfrentar, sin ira y racionalmente, la vacuidad de una existencia sin horizontes.

Es la ira estructural de nuestra actual sociedad la que explica, en gran parte, fenómenos tan dispersos como el Brexit, la candidatura de Trump, el fraccionamiento político de España, la crisis institucional del Brasil y, en un ámbito muy local, las ya estúpidas marchas estudiantiles que ya no tienen nada que decirle a nadie, como no sea el infantilismo que ni sabe lo que le molesta.

Lo que Epicuro no dijo es que recordar con ira es el destino de los que creen o solo vivencian su doctrina.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.