La tentación nihilista

Daniel Mansuy | Sección: Educación, Política, Sociedad

#04-foto-1Jorge Semprún decía que no debiéramos preocuparnos tanto por el mundo que vamos dejar a nuestros niños, sino por los niños que le vamos a dejar al mundo. La progresiva violencia física y verbal desplegada por sectores del movimiento estudiantil obliga a tomarse muy en serio esta advertencia. En efecto, al interior del “movimiento” parece estar incubándose la tentación nihilista: una pura voluntad de destrucción del orden actual.

¿Cómo explicar el surgimiento del nihilismo allí donde creíamos que había idealismo y buenos sentimientos? Algunos han atribuido el fenómeno al predominio del mercado: se trataría de una generación hastiada por la abundancia. Seguramente esto juega su papel y, aunque suene paradójico, la disposición moral del consumidor no está demasiado alejada del arquetipo de la protesta: hay siempre una exigencia incondicional que debe ser satisfecha inmediatamente, sin admitir ningún tipo de mediación.

Sin embargo, esta explicación no agota el fenómeno. Por un lado, si la figura del consumidor se ha vuelto tan predominante entre los jóvenes, huelga decir que la responsabilidad no recae sólo en ellos, sino también en quienes no supieron fijar los límites adecuados. La manifestación más visible de esto (aunque no la única) se dio el 2011, cuando muchos adultos renunciaron a ejercer su responsabilidad, y prefirieron adular en lugar de educar. Por otro lado, como lo ha notado Max Colodro, los motivos electorales tuvieron su propia influencia; y las sucesivas posiciones de Carolina Tohá sobre las tomas son sintomáticas al respecto. La incoherencia discursiva ha sido demasiado brutal como para no tener efectos, y sabemos que la coherencia es condición indispensable de toda educación (sí, los políticos también educan con su palabra).

Pero hay más. Leo Strauss sugería que el nihilismo no puede ser comprendido sin vincularlo con cierto progresismo filosófico. Aquellos adultos que son incapaces de explicar los límites y la complejidad de las cosas humanas tienden a creer (de modo más o menos consciente) que la humanidad avanza inexorablemente hacia su emancipación total. La dificultad estriba en que un horizonte histórico en constante movimiento impide fijar criterios objetivos. Por lo mismo, la condena a la violencia por parte del oficialismo siempre ha sido débil e instrumental, más allá de la grandilocuencia. El gobierno puede empeñarse en poner toda la distancia posible entre el movimiento del 2011 y el actual, pero uno puede al menos preguntarse si la conexión no es más íntima de lo que parece. Si ayer los políticos creyeron (con Marcuse) que los estudiantes eran el sujeto privilegiado del movimiento histórico, y cedieron a todas sus demandas, ¿por qué no intentar mover de nuevo las barreras de lo posible? ¿Qué respuesta satisfactoria tenemos frente a esa dinámica?

En rigor, la voluntad ciega de destrucción también responde a causas intelectuales. Si la pregunta de Semprún conserva algún sentido, deberíamos partir por interrogar esas causas con la honestidad debida, pues no podremos combatir al nihilismo sin antes comprenderlo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.