Mujer actual, ¿a qué tanto estrés?

Inma Álvarez | Sección: Familia, Sociedad

#11-foto-1La mujer de hoy está estresada, mucho más que en las generaciones que la precedieron. Un estrés que repercute muy negativamente en la familia y en los hijos, en la salud y en la autoestima. Pero el estrés no es en sí la enfermedad, sino su síntoma: algo no va bien con las mujeres hoy – y dicho sea de paso, tampoco con los hombres.

Es fácil hacer una lectura superficial y decir que el problema es la incorporación a la vida laboral y que el hombre no ayuda lo suficiente: eso le coloca a él en la incómoda posición de culpable, cuando lo cierto es que nunca como hasta ahora el hombre se había implicado (mucho más que las generaciones anteriores) en el cuidado del hogar y en los hijos. Antes era impensable ver a un hombre llevando un carrito de bebé, o acudiendo a las reuniones de la escuela. Hoy, no sólo es cada vez más habitual, sino también más socialmente valorado.

¿Son los hijos la fuente del estrés? Lo cierto es que cada vez las mujeres tienen menos hijos, y eligen más el momento para tenerlos. ¿Son los hijos, o la exigencia de que estés a la hora en punto a la salida del cole, de que el niño lleve un sándwich ecológico, de que haga miles de tareas escolares con la supervisión de un adulto y de que participe en otras tantas actividades deportivas? ¿O es la mirada de reproche del médico cada vez que va a la revisión, porque no come lo que debiera o está engordando demasiado?

¿Es el trabajo en sí? ¿O son los horarios, la lejanía del centro laboral, la presión para que trabajes unas horas más o las miradas de desaprobación del jefe cuando se anuncia un embarazo? ¿O es la dificultad para encontrar quien se quede con el hijo enfermo? ¿O la oscura necesidad de demostrar que aunque una sea mujer, “también vale” para su puesto de trabajo?

Lo que estresa es la sensación de estar enfrentándose continuamente, sola y sin colchón, a un mundo hostil. ¿Alguien se ha parado a reflexionar sobre el coste psicológico y emocional de una sociedad cada vez más individualista, especialmente para las mujeres? ¿El coste de tener que estar en un mercado de trabajo cada vez menos solidario? ¿El coste psicológico de las rupturas de los vínculos entre los vecinos, la escuela y los padres, las familias? ¿El coste emocional de una publicidad que propone modelos creados por Photoshop? ¿El estrés que supone competir para no ser descartado –como trabajador, como mujer, como madre–?

Tiene también un fuerte componente espiritual: La sensación íntima de pensar que no puedes apoyarte más que en tus propias –y escasas– fuerzas. La percepción de que una está sola frente a sus aciertos y errores, sin una mirada misericordiosa que le quite hierro al asunto.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aleteia, http://es.aleteia.org.