Sobre el arte de conversar

Patricio Domínguez | Sección: Sociedad

Todos lo hemos experimentado. Vamos a reuniones sociales, convites, nos sentamos a la mesa con familiares y con semi-conocidos…y tenemos que conversar. La mayor parte de las veces el resultado es mediocre, para no decir simplemente malo, malo como el natre. Es difícil encontrar una buena conversación, lo cual no deja de ser extrañísimo: ¿acaso no se distingue el hombre de las bestias por poseer lógos, lenguaje? Si eso es lo que nos constituye, ¿por qué se nos hace difícil el diá-logo?

Propongo un puñado de posibles causas y reflexiones sobre este fenómeno.

  • Causa material, el sine qua non: muchos no saben hablar castellano. Sé que hay lingüistas que dicen que los chilenos no hablamos ni bien ni mal, y sospechan de las categorías valorativas en torno a los usos, etc. Yo doy por superada esta discusión estéril y verifico lo que me dicen mis sentidos: con personas que no saben expresar lo que piensan o que usan un solo término para lo que podría expresarse en veinte es difícil entablar una conversación interesante. Sin matices, precisión y belleza no hay conversación: a lo más, habrá intercambio de información o una transacción comercial.
  • Confusión elemental: La conversación no es la yuxtaposición de diferentes anécdotas o la colección de lugares comunes sobre los últimos temas “candentes” (delincuencia, colusión, Copa América). Breve: conversar no es relatar hechos sin más o repetir periodísticamente lo que “pasa”. Hay que aplicar genio y estilo a la cuestión, de lo contrario todo se transforma en una pérdida de tiempo, como lo es escuchar a un conductor de noticias.
  • No todos saben contar anécdotas. Hay pocos que tienen el talento, no nos tiremos todos a grandes cuentistas. Nada más aburrido que una anécdota contada sin gracia, sin chispa. Recuerdo haber escuchado una y otra vez “anécdotas” de viaje que no merecen ser relatadas, porque en realidad no pasó nada digno de ser relatado y porque quien da cuenta del suceso tiñe, con su fomedad interior, todos sus relatos.
  • Lo anterior me obliga a concluir lo siguiente: no hay temas aburridos, sino personas aburridas. La fomedad es una manto de gris que afea y banaliza todo lo que toca. Ejemplo: el periodismo de “tendencias”. Un periodista de este estilo, incapaz por naturaleza de reflexionar, no es capaz de pensar sino en términos de rating o “audiencia” (anglicismo introducido por los periodistas). Un periodista podría lograr, con su arte, hacer de la muerte de Aquiles un lugar común. Deben ser excluidos de toda conversación.
  • Enemigos de la conversación: el relativismo seriote y el culto a lo políticamente correcto. El relativismo seriote e inquisidor hace imposible la ironía, el sarcasmo, la cosmovisión, el juicio. El relativista que se toma demasiado en serio a sí mismo ejerce de inspector aguafiestas de todo intento por alcanzar algo interesante. Lo mismo el cultor del correctismo político. Conversar con este último se parece más a un intento por correr sobre una pista de huevos intentando no romper ninguno.
  • Otro enemigo de la conversación: el fanatismo. Hay que distinguir entre “ideas fanáticas” y personalidades fanáticas. Me refiero más bien a las segundas. Los fanáticos pueden declarar la guerra por opiniones nimias, absolutizan lo esencialmente relativo y defienden lo verdadero de un modo violento o psicológicamente curioso. Hay que alejarlos sobre todo del alcohol.

La conversación exige tiempo. Si pudiésemos analogar la conversación a algún género musical, diríamos que la buena conversación es una sonata o una sinfonía, y no un impromptu. “Tengo 20 minutos para conversar” es una frase contradictoria. Si hay interrupciones en la conversación, tienen que ser entre cada movimiento.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Ruleta Rusa, https://ruletarusablog.wordpress.com.