Una estructura que obligue a hacerlo bien

Iván M. Garay Pagliai | Sección: Educación

La enseñanza debe ser una profesión ejercida por excelentes personas, referentes morales y de excelencia académica, que deseen mejorar las perspectivas de vida de los educandos a su cargo. Pero, con no poca frecuencia, en las escuelas estatales nos encontramos con profesionales mediocres.

Ejemplo de lo anterior son los datos de la Prueba Inicia del año 2011, en la que se muestra que sólo el 8% de los profesores evaluados en el ámbito de conocimientos pedagógicos se encuentra en nivel sobresaliente y que apenas el 2% se encuentra en igual nivel en el ámbito de conocimientos disciplinares. En el primer ámbito, el 42% de los profesores se encuentra en nivel insuficiente y el 69% en el mismo nivel para el segundo ámbito. Todos aquellos profesores actualmente se encuentran ejerciendo.

Es posible encontrar excelentes profesores dentro de las escuelas estatales, pero muchos de ellos optan por alejarse de la docencia, debido a la desmotivación que les produce ver como profesores flojos e incompetentes mantienen sus trabajos, muchas veces incrementando sus sueldos. Muchos buenos profesores salen de los colegios desmoralizados y, los que no lo hacen, se mimetizan, esperando que lleguen pronto las vacaciones o algún bono por retiro. Muchos excelentes alumnos luchan para mejorar, pero en las escuelas no siempre cuentan con profesores que puedan apoyarlos.

No obstante, es posible persuadir a los mejores profesionales a hacer clases. Incluso, si la profesión docente se encuentra en descrédito.

Imaginemos un trabajo donde la excelencia no incide en nada para mejorar su salario o de las posibilidades de promoción, y el fracaso laboral no constituye riesgo para ser despedido. El sueldo no es mucho, pero hay bastantes beneficios, evaluaciones irrisorias, largas vacaciones y aumentos de sueldo por el simple hecho de que los años avanzan ¿A qué profesores atraería este ambiente de trabajo? ¿A los pocos que se encuentran en el nivel sobresaliente o a aquellos que lo hacen en el nivel insuficiente? ¿La respuesta es obvia.

Mejorar las condiciones de la profesión docente, haciendo que lleguen a las escuelas quienes tienen la vocación y las capacidades necesarias, significar eliminar las ventajas apreciadas por los malos profesores y adquirir las condiciones que son apreciados por los mejores. Lo anterior puede significar mejores salarios, pero también reducir toda una serie de beneficios considerados casi derechos adquiridos, como la estabilidad laboral o el aumento de los sueldos por el sólo hecho del paso de los años, sin ligazón a indicador de resultado o de procesos alguno. También se deben implementar medidas de control internas, como descontar vacaciones a quienes hacen mal el trabajo, procurando que cumplan con los objetivos para los cuales se les contrató. Una medida puede ser la obligatoriedad de hacer clases durante las vacaciones de verano a los alumnos que se han quedado atrás. Es un claro estímulo a lograr que efectivamente se enseñe en el aula durante el tiempo establecido para ello. Es un estímulo a hacer bien el trabajo cuando corresponde y una forma de seleccionar a los mejores. Los aumentos de salarios deben recompensar la excelencia del trabajo, no los años de trabajo, muchos menos los años de trabajo mal hecho. Y los malos resultados de los docentes no deben ser permitidos, en vez de una entregar una oportunidad tras otra para mejorar, lo que se debe entregar es un plano donde se muestre la salida de la escuela. Nuestros niños no se merecen malos educadores.

Propuestas como las anteriores claramente encontraran la oposición del Colegio de Profesores. Afecta de lleno sus intereses, pero no se opondrán porque no contribuye a mejorar la calidad de la educación.

Para mejorar la situación anterior se requieren una coordinación de los actores concernientes, tanto el sector público como del privados, los que deben ser conscientes de que el hacer valer las responsabilidades es la única forma de mejorar la situación, dejando de lado los discursos que benefician sólo a algunos, como también a aquellos que son capaces de salir más veces a la calle, abandonando a quienes más importan, los niños que se están educando.