Justicia, publicidad y farándula

Rodolfo González Gatica | Sección: Política, Sociedad

#02-foto-1 En otro artículo planteaba la necesidad de lograr una real armonía entre lo legal, lo ético y lo estético, y afirmaba: “Nuestro país exagera de lo primero, suponiendo lo segundo y casi despreciando lo tercero. Por eso Chile es un país ordenado pero insatisfecho. Por eso se toman medidas legalmente buenas, éticamente correctas y que son rechazadas por los afectados, que ven lo incómodo antes de visualizar lo razonable o lo bueno”.

A la luz de los últimos acontecimientos (Penta, Caval más lo que se acumule esta semana) creo necesario elaborar otra trilogía que –a diferencia de la anterior, donde la tesis era la armonía– debe establecer claramente los límites e intervenciones de cada actor, so pena de terminar decidiendo en función de factores que no son ni legales ni éticos, ni siquiera estéticos.

La justicia se debe alcanzar apelando a las normas y a los criterios de derecho y a los sustentos éticos que los justifican. La estética tiene la responsabilidad de cuidar las formas, tanto privadas como públicas, para lograr explicar temas complejos a la opinión pública. Explicar, no satisfacer. La función de la estética es, pues, educativa.

La publicidad con que se han manejado estos casos “de alta connotación mediática”, se pretende justificar por la necesidad de un estado de transparencia en los juicios y de satisfacción de las expectativas que, razonablemente, se puedan haber creado en la opinión pública. Si es así, si las motivaciones son la transparencia y la información, la cobertura noticiosa ética debería ser imparcial, bien estudiada, expuesta de manera didáctica, precisa en sus términos.

Cuando, en nombre del segundo objetivo (la información), los medios compiten por el rating al dar cobertura a este tipo de noticia, pervierten el reto comunicacional y farandulizan la justicia y sus juicios. Y esto es grave, muy grave, aunque sus exponentes no adviertan la relevancia de su desviación, mientras no sean ellos la materia del morbo comunicacional.

Cuando se trata con la misma liviandad la última salida nocturna de un artista o de un futbolista y la última entrada de un imputado a un anexo carcelario, donde los slogan –en uno y otro caso– suelen sustituir los argumentos, cuando se le pide al público que opine, vía las omnipotentes redes sociales, sobre ambos casos con la misma aparente autoridad, el recuerdo del Circo Romano no es accidental ni antojadizo. Satisfacer el hambre de los leones en la arena y del público en las tribunas parece ser el único propósito de quienes organizan la fiesta, aunque el menú sean cristianos inocentes, al menos hasta que la justicia demuestre lo contrario.

Periodistas, reporteros y noteros hablan con una propiedad asombrosa sobre temas tan complejos que, incluso a jueces y abogados les cuesta entender. La simplificación es la única consigna, aunque ésta sea injusta e informativamente falsa. Envalentonados, hasta los humoristas recurren al fácil expediente de la burla hacia el caído para ganar sus mezquinos puntos de sintonía que le permiten seguir cobrando por sus aplaudidas rutinas. Lucrar con la desgracia ajena es lo más parecido a los saqueos después de una catástrofe natural: pareciera que está moralmente permitido, muchos lo hacen y –para los afectados– es imposible protegerse de esas ratas ya que las energías están enfocadas a una causa mayor y más relevante: levantarse de la desgracia.

Los matinales se transforman, así, en la conciencia no solo crítica de la sociedad, sino en la pauta jurídica que alimenta la falta de conocimiento y de reflexión. En los matinales están permitidos los adjetivos, esos que –en los noticiarios centrales– pudieran sonar frívolos y tendenciosos, aunque cada vez sea más frecuente la falta de profesionalismo periodístico. Una arista (palabra de moda) lamentable en esta farandulización de los temas legales en los matinales y programas afines en cualquier horario, lo constituye la presencia de periodistas connotados (“rostros”) que buscan darle más credibilidad a la discusión, sin saber que están hundiendo su propio prestigio en la liviandad de esos espacios informales y carentes de análisis profundo. Algunos abogados con vocación de rock stars alimentan con tecnicismos la sopa de juicios que se emiten para el gusto del consumidor.

Y, para rematar el vacío intelectual con el que llenan horas de programación, muchos de estos conductores de emociones invitan al público a participar para avivar más la cueca aunque sea con cantores desafinados que ni las letras saben, tararean los estribillos más populares y corean los versos más conocidos. ¡Qué fácil resulta ganar puntos de rating diciendo lo que la gente quiere escuchar!

De ahí al populismo, como forma de gobierno o desgobierno de una sociedad, hay solo un paso. Hay que satisfacer al pueblo a toda costa, a cualquier precio y sin importar las consecuencias. Ya vendrá otro que componga los destrozos que irresponsablemente se generaron cuando se tiraron piedras a las instituciones y se lanzaron promesas incumplibles: el pueblo aguanta todo. En el fondo hay un profundo desprecio por la gente a la que se pretende agradar. No les interesa lo que pase con ellos, ni su futuro ni su desarrollo; sólo cuentan sus votos, su rating, sus “likes” electrónicos o electorales. Políticos faranduleros o farándula política; da lo mismo, es la perversión de la tan adorada democracia y la antesala de su extinción.

#02-foto-2Por eso es que no es irrelevante cómo se aborden los temas judiciales de alta connotación social, sus aspectos informativos y la necesidad de transparentar los hechos y las consecuencias. Bienvenidas las comisiones y las mejores prácticas en la relación público-privada, en el financiamiento de las campañas y en todas las demás aristas que aseguren comportamientos éticos, no solo legales, en el actuar de gobernantes y gobernados. Pero cuidado con que estas prácticas se construyan desde la farándula, desde la hoguera, desde el circo romano o desde el dios rating de popularidad. Hay que cuidar las formas y los fondos. Esto no es una cuestión banal, aunque muchos se empeñen en tratar el tema y sus soluciones banalmente.