Una huelga miserable

Joaquín García Huidobro | Sección: Educación, Política, Sociedad

#04-foto-1 Los profesores han estado en calma durante los primeros meses del gobierno de la Nueva Mayoría, pero la paciencia de esa gente tiene un límite. ¿Qué sentido tiene una reforma educacional que se ocupa de todo menos de mejorar las condiciones de los docentes? Llegó un momento en que los profesores se aburrieron y decretaron un paro.

La chispa que encendió la mecha fue el acuerdo entre cuatro paredes al que llegó Jaime Gajardo, su presidente, con el Ministerio de Educación, sin la adecuada consulta a las bases. Los profesores le están pagando a Gajardo con su misma moneda. No nos olvidemos de sus épicas peleas con Jorge Pavez, el anterior dirigente del Colegio, sus constantes llamados a paro, e incluso sus pugilatos, porque el manso corderito en que se transformó este comunista cuando la Nueva Mayoría asumió el gobierno tiene un pasado bien movido.

Como consecuencia de la huelga, miles de niños de la educación municipalizada están sin clases. Si se arreglan las cosas, tendrán que pasar en las aulas hasta fines de enero.

La ciudadanía, por su parte, apenas ha reaccionado ante la noticia del paro. Quizá está tan preocupada por el tema de la educación, que no ha tenido tiempo para ocuparse de algo tan trivial como que los niños reciban clases, especialmente a fin de año. Además, digamos las cosas por su nombre: Gajardo no es un tipo simpático, y el hecho de verlo en problemas proporciona un gozo maléfico a mucha gente.

Esta pasividad de los chilenos ante el paro de profesores municipales es una mala noticia. En efecto, ¿hay algo más grave que una huelga de profesores? Todos consideraríamos inaceptable que los militares comenzaran una huelga. ¿Y no es la educación tan importante como la defensa de la integridad de la República?

Los profesores que están en huelga olvidan algo básico: hay actividades tan decisivas para la sociedad, que quienes las llevan a cabo no pueden recurrir a la huelga sin transformarse en unos chantajistas. Ni la policía, ni los bomberos, ni los profesionales de la salud que atienden los servicios de urgencia pueden darse el lujo de detener sus tareas en demanda de mejoras laborales. Los profesores también nos contamos entre quienes no pueden darse ese lujo. Si alguien piensa lo contrario, es señal de que no entendió nada.

Me cuesta comprender la lógica de un docente que adhiere a una huelga. Los profesores no atendemos a un cliente anónimo, que se puede ir al negocio de enfrente si el nuestro está cerrado. Nosotros hacemos clases a personas muy concretas, con un nombre y un rostro. Sabemos que esos alumnos tienen una necesidad urgente de recibir una buena educación, ¿y se la negamos? Nos hemos dedicado a la educación porque estamos seguros de que constituye una necesidad primaria para el país, ¿y vamos a contradecir en los hechos lo que afirmamos con las palabras?

Las consecuencias de un paro del magisterio solo se aprecian a largo plazo, pero esa no es una razón para justificarlo. No se trata solo del hecho de que se priva a los jóvenes del alimento para el espíritu, no es simplemente que se ocasionan graves trastornos a sus familias. Cuando un niño ve que su profesor (el mismo que, emocionado, le ha hablado mil veces sobre la importancia de la educación) decide irse a paro, ¿qué aprende? Que es lícito extorsionar con lo más sagrado, que todo puede ser instrumentalizado si hay una causa suficiente para hacerlo. Es imposible ver las fotos de profesores quemando neumáticos y participando en barricadas sin pensar en los pobres niños que tienen la desgracia de ser sus alumnos.

Está bien que los profesores exijan respeto. Es legítimo que se indignen ante una reforma que se olvida de ellos, pero esta huelga miserable es una bofetada a la cara de los niños chilenos que más necesitan a esos maestros; es robar el pan al hambriento, abusar del débil y permanecer insensibles a los destinos del país.

#04-foto-2El paro que está sufriendo Chile durante estos días constituye una suerte de pasaje al futuro. Nos permite ver lo que podría ser la educación chilena en unos años más, en un escenario en que casi toda la educación dependerá del Estado, directa o indirectamente. La de estos días es una huelga pequeñita, aunque gravísima. Prepárense para las huelgas que vienen, las que tendremos cuando las arcas del Ministerio tengan que financiar casi toda la educación chilena. Esas sí que serán huelgas, la de ahora es solo un aperitivo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.