Santa Lucía: Borrar el pasado

Joaquín Fermandois | Sección: Historia, Política, Sociedad

#03-foto-1En esta época que se jacta del ejercicio de la memoria, se la quiere diluir de un plumazo. Se pretende cambiar el nombre del cerro Santa Lucía, hoy más humilde en porte por los varios edificios que lo flanquean, que cuando lo ascendió don Pedro de Valdivia. Casi 500 años después se conserva como el símbolo de la fundación de Chile. El nombre de “Huelén”, que tenía al arribar los conquistadores (y fundadores), se conserva de varias maneras y por cierto se podría extender a otros espacios de los alrededores. En cambio el neologismo –eso es– de Welén, que en el fondo se propone sustituir al hermoso castellano de Santa Lucía, entraña una voluntad nihilista de borrar el pasado de un manotón.

No se trata del cultivo de una tradición olvidada, empeño siempre noble, y necesario además. El retorno a lo indígena puede ser una búsqueda de la tradición perdida, aunque siempre responderá a inquietudes y afanes del presente, en esencia no diferente al rescate de nuestra tradición campesina que se ha efectuado en las últimas décadas, y la transformación del “18” en el carnaval chileno. Si por otro lado ello se confunde con una demolición de lo que hemos tenido (¡casi medio milenio, toda la existencia de este Chile!) y lo que hemos sido, no estamos sino ante un asalto a nuestra existencia.

Entre los vecinos actuales no existe núcleo étnico alguno descendiente de los indígenas con que se encontró don Pedro: todos son mestizo-criollos. Es, simplemente, construcción intelectual de modestos teóricos de nuestro tiempo. A veces ni siquiera eso, sino modas que alientan una carga de demolición. ¿Adónde llegaremos?, ¿a cambiar el nombre de Santiago (Tiago-Tiago podría ser una alternativa)? ¿O el nombre de Chile, que tiene la hermosura de un origen no aclarado? En fin, todo un juego de frivolidad.

Sería como si por acceso de capricho, se cambiara el nombre de Roma por el de Alba Longa, la plaza fuerte etrusca contigua a la Roma eterna, destruida por esta al iniciar su expansión. Debemos a los etruscos uno de los cultivos del arte y estilo funerario que es un bien cultural y espiritual de todos nosotros. Eso sí, se echarían por la borda más de 2.500 años de historia con significado para toda la humanidad. Supongo que en esto dominará la sensatez en Italia. Queda como esperanza que los cambios de nombre por afán de refundación –casi siempre por ideología o por combates nacionalistas– no duran mucho. Leningrado, que la desmesura sostenía iba a ser un alma del futuro de la humanidad, volvió razonable y civilizadamente a ser San Petersburgo.
#03-foto-2Nada de esto se refiere al rescate de un origen, una tarea espiritual de la más alta dignidad. En cambio, al erradicar “Santa Lucía” se pretende aplanar una realidad compleja; lo nuevo es herramienta de disolución. ¿Que en la historia muchas veces ha sucedido así, como que Roma y Santiago fueron provistas de un nombre que sustituyó a uno anterior? Sí, pero exterminando a Santa Lucía nos anulamos a nosotros mismos y, con la dinámica de la modernidad, el nuevo nombre, sin raíces verdaderas, será a su vez reemplazado en algún futuro no tan remoto. En cambio, una de las virtudes de la cultura moderna es que gracias a su rostro liberal (de los varios que la distinguen) pueden convivir varias tradiciones, y hay espacio y ocasión para honrar un pasado de muchas moradas. Por lo demás, Santiago ya lo hace: Vitacura, Tabancura, Macul, Pocuro; hasta hay un colegio Huelén, etcétera. Ahora se pretende extirpar un nombre de 500 años –y de 1.500 en el cristianismo–, aniquilando de paso a Chile entero, en afán nihilista, y autodestructivo también, porque es impulsado por chilenos de ahora. Por favor, no borremos a Chile.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.