Obcecación con la elite

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Educación, Política, Sociedad

#07-foto-1Son tantas las degradaciones con que se azota a la ciudadanía a diario –los tacos, las aglomeraciones, los grafitis, la publicidad intrusiva y la mugre que se transmite por televisión y redes sociales– que apenas se repara en lo tóxico que se ha vuelto el lenguaje político actual.

Corrompido, equívoco, inescrupuloso e hipócrita su uso y abuso, más lo que empantana que lo que ayuda socialmente; no lo digo yo, lo dice Michael Oakeshott. Basta observar a cuanto opinante hay en plaza empeñado estas últimas semanas en asociar, sin más, las acusaciones y cargos contra ciertas personas con una supuesta elite social, política y económica, a la cual poco menos que se la trata de clase delincuente (y eso que las responsabilidades penales en el mundo civilizado son individuales, nunca colectivas). Atribuciones tan gratuitas no resisten análisis, pero son efectistas y, como los tacos y la polución ambiental, enrarecen el aire y emputecen la convivencia.

El discurso anti-elite, además de fácil, es solapado. Proviene casi siempre de personas que son también de elite, aunque no lo confiesen. Tiempo atrás un político sin cargo público, pero no sin tribuna, manifestaba: “El cuiquerío no me gusta. La manera de hablar de los cuicos me carga: la papa en la boca, las mujeres tienen un pito”. Conforme, el hombre tiene sus fobias. Hay otros, en cambio, que se las dan de analistas políticos aventurando comentarios como el siguiente: “La gran mayoría de las decisiones políticas, económicas y sociales de Chile se han tomado entre las mismas 500 personas por + de 30 años” (en otra ocasión al comentarista me pareció leerle la misma tesis pero con cifras algo distintas: “1.000 personas y 20 años”).

La salida de madre de Nicolás Eyzaguirre sobre sus compañeros de colegio pagado es como de niño de pecho si se la compara con exabruptos análogos. Recordemos al presidente de un partido que se refirió a los “chupasangres que estarán de fiesta” a propósito de un fallo de la Corte Suprema adverso a trabajadores subcontratistas; al intendente que se quejara: “si yo fuera Larraín, no me atacarían tanto” (ese sí que tenía bronca); al cura comprometido con los pobres que también oficia matrimonios de Barrio Alto, se come los petit bouche y predica: “mientras haya clasismo en Chile, cualquier cosa que se haga saldrá mal”; y, para qué decir, al nostálgico de la UP versión pérfida quien, al menos, peca de honesto cuando exclama: “¡Cómo sufrían los momios! Era grato y, al mismo tiempo, terrible ver cómo debían luchar para mantener el patrimonio que desde tiempos inmemoriales había pertenecido a sus familias”.

No vaya a creerse que esta actitud anti-elite es sólo de izquierda dura. No falta el democratacristiano que da por hecho que Jesucristo está con una “Iglesia”, no la otra (obvio cual es cual). A descendientes de “patrones de fundo” se les ha escuchado usar el término despectivamente. Y que una línea de papel higiénico lleve por nombre “Elite” como que lo dice todo, ¿o no?

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.