La educación de la izquierda

Jorge Baraona Correa | Sección: Educación, Familia, Política

#08-foto-1 Entre las numerosas intervenciones que el Ministro Eyzaguirre ha esparcido en los medios de comunicación, una de las más expresivas de la intención ideológica del Gobierno fue aquella en que afirmó: “Lo que estamos haciendo es cambiar la forma como se organiza la educación (…) Lo que estamos cambiando son las reglas del juego”. Sólo una vez engendrada esa nueva educación, entiende el Ministro que sería apropiado preocuparse de la calidad.

Así como en el deporte son las reglas las que nos permiten saber de qué juego estamos hablando, así también en educación son las nuevas prohibiciones levantadas por la izquierda las que nos permiten saber en qué educación están pensando. Es por eso que la discordia entre Gobierno y oposición, más que de lucro o no lucro, de selección prudencial o por tómbola, de copago fiscal o privado, es estrictamente conceptual o de definición. Izquierda y oposición tienen ideas distintas sobre lo que es la educación.

Para la izquierda, la educación es un concepto que se da propiamente en el ámbito público, y sólo por extensión en el sector privado. La prohibición del lucro, de la selección y del copago, dan cuenta de que la izquierda entiende la educación privada del mismo modo como puede concebir una resma de papel o un clip: bienes que guardan similares características con independencia de quien los provea, y donde el consumidor no influye de ningún modo en el producto, debiendo únicamente adquirirlo. Así las cosas, hablar de la calidad de la educación parece superfluo, cuando no un disparate.

Han afirmado que los colegios que tienen mejores resultados no dan valor agregado, sino que, al seleccionar, toman a los alumnos mejores –o con “mayor capital social” -, y por ello, como lógica consecuencia, consiguen mejores resultados. Al señalar que “son los padres lo que seleccionan el colegio y no el colegio a los padres”, entienden la escuela no como una comunidad escolar, donde la tarea de educar es compartida por los apoderados y los profesores tanto en la orientación como en su materialización,  sino tan solo como el lugar físico donde  los alumnos se convierten en receptores de contenidos envasados. Dichas “resmas” de contenidos se darían por igual en colegios públicos o privados, con independencia del nivel y cantidad de profesores, número de alumnos por sala y, en general, con prescindencia de cualquier elemento que los expertos en educación consideran ordinariamente relevante.

Los valores y formación que reciben los niños en su familia tampoco importan a la izquierda, porque a la educación privada le atribuyen valores irrelevantes cuando no indeseables. Los únicos valores admisibles para la elite de izquierda son los suyos, cuya inoculación la proporciona o vigila un Estado controlado por ella.

El término del copago, que la izquierda justifica para evitar la segregación, no es más que otra expresión de lo que venimos diciendo: qué sentido tendría que los padres pagaran más, cuando la educación privada, en términos de lo que se entrega al alumno, es la misma, independiente del colegio de que se trate. Por lo demás, reemplazar el financiamiento privado por el público permite que sea el Estado, en lugar de los padres, quien pueda exigir determinada orientación o énfasis en el colegio, lo que facilita el reemplazo de los valores de los padres y apoderados por los que establezca  la elite controladora del Estado.

#08-foto-2Para la izquierda, la educación en sentido estricto sólo la puede proveer el Estado, y de ahí viene en parte el interés por fortalecerla, pues si la educación, además de la transmisión de contenidos en ramos estándares, tiene algo de formativo, eso es tarea del Estado. Y no de cualquier Estado, sino del Estado controlado por la elite de izquierda: cómo no recordar el escándalo que se produjo cuando el Ministerio Lavín ofreció dentro de los programas posibles de educación sexual algunos orientados a la formación de la afectividad. Para la izquierda, la educación es una tarea que, como la fuerza, debe monopolizarla un Estado que a su vez ella controle, sin los padres y, si hiciera falta, contra ellos.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.