¿La castidad ya no es una virtud? Reflexiones sobre el Sínodo

Enrico Cattaneo | Sección: Familia, Religión, Sociedad

#09-foto-1 Pienso que no solo los Padres sinodales, sino también todos los católicos y todas las personas de buena voluntad han vivido con mucho dolor interior el dilema debatido en el Sínodo entre el ser fieles a la doctrina de Cristo sobre el matrimonio y al mismo tiempo salir al encuentro de tantas situaciones de fragilidad, de quiebra, de crisis de la familia. Esta laceración interior, presente ciertamente en todos los Padres sinodales y en los demás participantes (matrimonios, religiosos y observadores de otras confesiones), impide clasificar con simpleza las varias posiciones, contraponiendo los “conservadores” a los “abiertos”, y los “rígidos” a los “misericordiosos”.

También la relación-síntesis de la primera semana, hecha por el cardenal Erdó, reflejaba esta laceración, e indicaba las posibles vías para afrontar los problemas de la familia, manteniendo firme la doctrina. Las cosas positivas presentes en esta relación son muchas, pero otras dejan un sentimiento de malestar. Entre las cosas positivas debe subrayarse la actitud de fondo de asumir, de cara a la crisis de la institución familiar, la presentación de “el Evangelio de la familia”, es decir de toda la belleza del matrimonio y de la familia cristiana, testimoniada por tantos esposos y por muchas familias. Esta “belleza”, fruto de la gracia, pasa ciertamente por el camino de la cruz, hasta el heroísmo del amor sacrificado.

La relación del cardenal Erdó también tocaba muchas situaciones que están más o menos directamente en conexión con la familia, como la convivencia (y por lo mismo las relaciones prematrimoniales), las uniones de hecho, el matrimonio civil entre bautizados y la cuestión de la homosexualidad.

Ahora nos preguntamos: en lugar de plantear soluciones ambiguas, que no hacen más que desorientar a los fieles, ¿por qué no se ha dicho ninguna palabra sobre la “belleza de la castidad” como valor auténticamente humano y cristiano? ¿Es que a lo mejor la castidad ya dejó de ser una virtud? ¿O quizá es que la Iglesia ya no tiene la valentía de indicar a los jóvenes, a los novios y también a las parejas casadas, el valor de la castidad y la virginidad por el Reino de los cielos? ¿No sería éste el verdadero mensaje profético para nuestro tiempo?

Por otra parte, los primeros cristianos, que estaban inmersos en un mundo corrompido bajo todo punto de vista, se presentaron proclamando, de una parte, la belleza del matrimonio cristiano, monógamo e indisoluble, signo de la unión de Cristo con la Iglesia, pero también proponiendo la superior belleza de la virginidad, abrazada a causa de Cristo y del Evangelio. ¿Acaso Jesús no fue virgen? ¿Y la Madre de Jesús, María, no ha sido proclamada en todo tiempo “la siempre Virgen”? Ciertamente, los tiempos modernos exigen una presentación conforme a las problemáticas de hoy. ¿Pero será posible que no existan hoy teólogos, pastores, médicos, psicólogos, sociólogos, que puedan mostrar la belleza de la castidad como valor humano, y sobre todo la virginidad por el Reino de los cielos? Éste debería ser el trabajo a realizar, y esperamos que se haga en el año dedicado a la vida consagrada (noviembre 2014-2015).

Que el Sínodo haya ignorado por completo este aspecto, parece algo desconcertante y preocupante. Si la Iglesia ya no sabe más proponer íntegramente el mensaje evangélico sobre la sexualidad, esto significa entonces que la mentalidad del mundo ha entrado simplemente en la Iglesia. Y yendo un poco al fondo de la cuestión, hay un motivo de este confusionismo, que ha llegado desde el momento en que se ha pretendido nivelar todas las vocaciones, todos los carismas, diciendo que la elección de la virginidad por el Reino de los cielos no es “mejor” que la del estado matrimonial. ¿No habla Pablo de “aspirar a los mejores carismas” (1 Cor 12, 13)? ¿Y acaso no dice también que quien se casa “hace una cosa buena”, pero que quien no se casa para pertenecer completamente al Señor “hace algo mejor” (cf. 1 Cor 7, 32-38)? ¿Y no ha sido siempre ésta la posición de la Iglesia Católica en sus dos mil años de historia? ¿Acaso Dios no es libre de dar sus dones, y ofrecer a uno cinco talentos, y a otro dos, y a otro incluso uno? Corresponderá luego a cada uno hacer fructificar al máximo el don recibido, y según esto valorará el Señor la santidad de la persona.

Volviendo al Sínodo, debería quedar claro que la crisis de la familia también es debida a la crisis de la moral sexual. Ahora bien, en vez de rociar un poco de agua bendita sobre situaciones objetivas de pecado (y ya se ha señalado cómo en la relación-síntesis falta justamente este concepto), ¿por qué no hacer también para la sexualidad aquella propuesta positiva que se quiere hacer para la familia ? Dicho en otras palabras, hay dos “bellezas” evangélicas que presentar: “la belleza de la familia”, escuela de amor sacrificado, de fecundidad y comunión, y la “belleza de la castidad”, escuela de autodisciplina y de elevación del amor humano y cristiano.

#09-foto-2Si la reflexión sobre la familia que se llevará a cabo hasta el Sínodo ordinario del próximo año, se redujera a copiar de los ortodoxos lo referente a la comunión de los divorciados vueltos a casar; a copiar de los protestantes el considerar el Evangelio como un ideal, dejando a la conciencia de cada uno el decidir en las situaciones concretas; a copiar de los anglicanos el entender la sinodalidad como un resolver las cuestiones a fuerza de mayoría, entonces no se comprende en qué queda aquella “creatividad” que ha sido solicitada por el papa Francisco.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Nuova Bussola Quodiana, http://www.lanuovabq.it. La versión en castellano que publicamos es de El búho escrutador, http://elbuhoescrutador.blogspot.com.