La Batalla de Cicibel

Eugenio Yáñez | Sección: Política, Sociedad

#08-foto-1Hace un par de semanas estuve en Honduras impartiendo un curso sobre economía social de mercado. Allí conocí a Cicibel Lucas, una joven mujer, inteligente, trabajadora y eficiente que se desempeña hace un año y medio en Honduras en la Fundación alemana Konrad Adenauer. Si bien es cierto, ella es guatemalteca, procura que Honduras sea un mejor país, vale decir, que tenga una mejor calidad de vida, especialmente ese 64,5% de pobres hondureños, o esos dos millones de ciudadanos (de un total de ocho) que viven con menos de un dólar al día (21 Lempiras).

Este anhelo, paradójicamente no es para Cicibel una tarea fácil. Ella libra diariamente una dura batalla para cumplir con sus objetivos. Aunque las comparaciones son odiosas, no son los recursos económicos, ni la falta de ideas o de tiempo los principales obstáculos, sino las personas, o más precisamente, algunos hábitos atávicos de los hondureños, pero que compartimos en mayor o menos medida todos los latinoamericanos. Me refiero, entre otros, a la impuntualidad (se calcula que si los latinoamericanos fuéramos media hora menos impuntuales el PIB del continente podría subir hasta en un punto), la falta de compromiso, el desinterés por salir adelante, o las altas dosis de corrupción.

Es lugar común que frente a los múltiples problemas sociales y económicos pongamos el acento en mejorar las estructuras, las instituciones, las leyes o en su defecto las fiscalizaciones, pero no nos preocupamos de mejorar a las personas, por ejemplo, promoviendo la responsabilidad, la laboriosidad, la honestidad, el compromiso, la puntualidad, el emprendimiento o el amor al trabajo bien hecho. En Chile creemos que buenas leyes harán buenos ciudadanos, o que más fiscalización evitará la deshonestidad o la corrupción. Entonces, más control, más fiscalizaciones, más leyes (aunque sabemos que hecha la ley hecha la trampa). Queremos mejorar la calidad de la educación, pero no mejorar a los protagonistas del proceso educativo, a saber, los profesores y  los alumnos.

Existe una vasta literatura sobre las causas del (sub) desarrollo, proveniente especialmente del mundo de la economía, la política, la sociología, incluso la historia, pero poca que aborde las causas antropológicas y éticas. Un claro obstáculo a la superación del subdesarrollo, tanto en Honduras, como en Chile u otro país de América Latina es lo que podríamos llamar un “pesimismo antropológico”, es decir, postular como lo hizo Jorge Correa Sutil (véase El Primer Café de la Mañana de Radio Cooperativa, el 7 de octubre) que lo que necesita nuestro país es “control, control y más control”, porque los chilenos somos malos. Y como somos malos no podemos cambiar, si no es por la fuerza o el  miedo.

Afortunadamente hemos ido superando paulatinamente en América Latina otro “error” antropológico, a saber, pensar que los pobres son como niños, incapaces de hacerse cargo de su propio destino. Fiel a este predicamento “papá Estado” les da pescado, pero no les enseña a pescar. Esperemos que las políticas asistencialistas y paternalistas vayan desapareciendo, pues como lo demuestra la experiencia, estas son pan para hoy y hambre para mañana. Otro causa del subdesarrollo, tiene relación con lo que Juan Pablo II llamó las causas morales de la prosperidad. Escuchemos al Papa: “Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio; cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho.
#08-foto-2Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral” (Discurso a la Cepal en Chile 3 de abril 1987). Ya lo hemos dicho en otra ocasión, no toda la pobreza es producto de la injusticia social, parte de ella tiene su origen en el fracaso personal. Sin la presencia de las virtudes mencionadas por el Papa, es muy probable que Cicibel siga lidiando con los molinos de viento.

En síntesis, no culpemos al empedrado. Asumamos nuestras responsabilidades. Para decirlo con San Agustín: “¡Tiempos malos? tiempos difíciles!, dicen los hombres. Vivamos bien y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros: cuales somos nosotros, tales son los tiempos”.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.