Explotando debilidades

Max Silva Abbott | Sección: Política, Sociedad

#04-foto-1-autorEn muchos aspectos vivimos una época paradójica, debido a la notable tendencia de muchos por explotar las debilidades de las personas –o mejor dicho, de las masas– con todo tipo de fines (económicos, ideológicos, políticos, etc.).

En efecto, es cosa de ver cómo hoy se incentiva el egoísmo en todas sus formas, de manera imaginativa y solapada. Ello explica que por regla general, los sujetos estén cada vez más aislados unos de otros, atacados por una desmedida ocupación consigo mismos, que los lleva incluso a una especie de paranoia persecutoria.

De esta manera, el consumismo desenfrenado, el afán por figurar y ser admirado (o incluso envidiado) por otros, o la irrefrenable aspiración por todo tipo de sensaciones nuevas, por descabelladas que sean, marcan la pauta del día a día de muchas personas.

Así, conductas que otrora fueran consideradas poco recomendables, en atención al daño que ocasionan a quien las practica y a sus cercanos, hoy campean a sus anchas, siendo un buen resumen de lo anterior, los clásicos siete pecados capitales: soberbia, lujuria, ira, avaricia, envidia, pereza y gula. Para muchos, hoy ya no solo han dejado de ser algo malo o al menos no recomendable, sino un ideal de vida.

El problema, como es evidente, radica en que la convivencia se torna muy difícil con estas premisas, tanto por una desmedida preocupación por uno mismo, como porque para conseguir estas metas, frecuentemente habrá que pasar a llevar a terceros.

Es por eso que se dictan cada vez más leyes que intentan solucionar algunos de estos problemas, aunque al mismo tiempo, otras los alimenten, al incentivar estas conductas. Parece que muchos creen que ellas solucionarán, como por arte de magia, tanto sus secuelas para nuestra convivencia, como el deseo desenfrenado por estos vicios.

¿Imagina alguien que semejante contradicción logrará resultados positivos? Es esto, precisamente, lo paradójico: porque poco se hace por exaltar las virtudes –en realidad, es casi lo contrario–, al estar sumidos en una sociedad hedonista, y al mismo tiempo, se acude a la ley para que solucione los problemas que lo anterior ocasiona. Y no nos damos cuenta que para que las cosas funcionen, somos nosotros, y no otros, los que debemos cambiar. O si se prefiere, que las leyes no pueden nada sin la colaboración humana, porque a fin de cuentas, somos nosotros los llamados a cumplirlas.

Por tanto, no nos extrañemos que surjan problemas de convivencia por todas partes, pues en el fondo, son los sujetos quienes los ocasionan, fruto de esta explotación de debilidades, lo cual es evidente, porque la sociedad a la que pertenecemos, la conformamos nosotros mismos.