Eutanasia y autonomía

Manfred Svensson | Sección: Política, Sociedad, Vida

#04-foto-1En El Mercurio del día sábado Álvaro Fischer y Francisco José Covarrubias plantean algunos de los argumentos estándar en defensa de la eutanasia. Tienen razón en considerar que esta no es una materia que deba ser vista a la luz de la polaridad izquierda—derecha. Pero como alternativa nos ofrecen abordar el problema desde una simple afirmación de la autonomía humana. Suplementan la afirmación de ésta con un par de principios sencillos: la ausencia de daño a terceros, la posibilidad de establecer resguardos contra la manipulación (la mayoría de ellos en el orden de la información y la capacidad de deliberación del paciente), etc. La pregunta, con todo, es si con eso se logra avanzar lo suficiente en el reconocimiento de la complejidad del problema.

Las aspectos que tendría que incluir una consideración detenida son por supuesto innumerables. En lugar de la simple afirmación de ciertos derechos, habría que preguntarse, por ejemplo, qué queda del carácter inalienable de algunos de ellos: la permisibilidad de la eutanasia parece fuerte en la afirmación de derechos, pero al mismo tiempo es débil en lo que a su carácter inalienable se refiere (si puedo poner término a mi vida, ¿puedo vender también mi libertad?).

Si la eutanasia aparece en países que consideramos emblemáticos respecto del carácter de nuestro tiempo, cabría asimismo preguntarse con qué rasgos de esa sociedad contemporánea es que más visiblemente conecta: ¿es el obvio fruto de una época de emancipación? ¿O es el fruto —más desagradable de confesar— de una época de envejecimiento de la población? Pueden no ser alternativas excluyentes, pero lo menos que se puede hacer es tener las dos preguntas juntas sobre la mesa. ¿Hemos de ver la eutanasia como complemento del cuidado paliativo? ¿O abriremos también la mirada a la tensión entre el gasto de la sociedad en el cuidado paliativo y su ahorro mediante la eutanasia? Después de todo, dada la tensión de esa no muy equitativa competencia, lo de la complementariedad bien puede ser un autoengaño.

No menores son las preguntas respecto de la transformación de la profesión médica, que pasaría a incluir en su descripción el matar tanto como el curar. Solucionarlo con el paciente bebiendo él mismo el veneno junto al médico constituye una peculiar confesión del problema. No pretendo aquí responder a éstas y otras disyuntivas, pero lo menos que se puede hacer si se pretende discutir seriamente sobre la eutanasia es plantearlas.

Los autores de la columna comentada se limitan, en cambio, a la afirmación de la autonomía. Son conscientes, por cierto, de que la libertad personal se encuentra con frecuencia bajo asedio por la presión de terceros: mencionan, por lo mismo, como condición la límpida y repetida manifestación de la propia voluntad. No vaya a ser que usted en realidad no quiera la eutanasia, pero haya internalizado las sugerencias de sus hijos que sí la querían. Pero olvidan los columnistas que esa presión no siempre es del tipo explícito, que puede ser regulado.

Todos conocemos, por ejemplo, la tendencia de algunas personas mayores a percibirse como carga. Esa es una sensación que se encuentra, con todo, en alguna medida neutralizada por el hecho de que no eligieron ser carga simplemente les tocó, y a sus cercanos les tocó llevarla. Pero ese estado de cosas cambia drásticamente si se introduce la eutanasia. Entonces sí se introducirá la idea de que el paciente tiene la opción de poner fin a este estado, y no lo hace; por lo tanto, él es el culpable de que nos caiga encima la carga de su cuidado. Abierta la puerta de la eutanasia, no es necesario ejercer presión explícita alguna para que el peso se traslade: ¿por qué no hacen uso de su derecho a morir, que manifiestamente existe?
#04-foto-2No hace falta tener una visión demasiado robusta del carácter social del hombre para captar cómo en tal proceso precisamente lo que parece un nuevo derecho genera un nuevo deber (no legal, por cierto, pero no menos real por eso). Pero ahí radica gran parte del problema: en la simple afirmación de la autonomía no se está afirmando la libertad de ciudadanos con viva influencia recíproca, sino una libertad que se parece más a la del aislado consumidor al que incluso el título de “paciente” le tiene que resultar incómodo (es una relación humana tan concreta la que designa ese término). Y la verdad es que si en lugar de pacientes somos clientes, si los centros de atención hospitalaria son vistos como malls de la salud y el médico como un técnico de la salud, lo extraño sería que no concluyamos a favor de la eutanasia —¿con qué razón se podría negarnos ese producto?—

Pero una vez que concluimos eso, estamos concluyendo no a favor de una abstracta libertad, sino a favor de un modelo cultural específico, con sus propios modos de normar y presionar. Ese tipo de cultura puede no molestarnos —a Covarrubias y Fischer no parece molestarles—, pero lo honesto es que lo presentemos como el proyecto completo que es.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.