Sobre el irresponsable derecho a formar una familia

Gonzalo Letelier Widow | Sección: Familia, Política, Sociedad

#05-foto-1-autorEn Chile, el Estado garantiza a las mujeres un fuero materno que les asegura, entre otras cosas, conservar su trabajo y recibir sus remuneraciones durante el embarazo y el período inmediatamente posterior. En la práctica, la legislación permite que ser madre sea una opción razonable y no una debacle económica y familiar.

Esto nos parece hoy casi obvio, pero no lo era hace muy poco tiempo. Y probablemente quede más de uno que aún lo considera aberrante, en cuanto distorsiona el funcionamiento del mercado laboral. Después de todo, nos dirá, es asunto totalmente privado que alguien quiera tener un hijo, comprar un auto o construirse una casa, y es absurdo e injusto cargar a los demás con los costos de sus decisiones. Todo esto, responderemos de inmediato, sería perfectamente lógico y razonable si no fuera porque está en juego el derecho de toda mujer a vivir libremente su maternidad.

La pregunta que surge, entonces, es por qué resulta tan difícil reconocer a la familia aquello que nos parece tan obvio respecto de una mujer individual, olvidando que allí donde hay una madre hay también un padre igualmente responsable de sus hijos y que lo normal (aunque no sea lo más frecuente) es que un hijo nazca y crezca en el seno de una comunidad constituida a partir de dos personas, no de una sola.

Si una mujer manifestara públicamente que no puede tener los hijos que quisiera  porque perdería su trabajo, el escándalo sería inmediato. Con toda razón. Y sin embargo, nos parece absolutamente normal que una pareja nos diga que no pueden tener más de uno o dos hijos, aunque querrían hacerlo, porque no van a poder pagarles la salud y el colegio. Socialmente, nuestra respuesta a las familias es exactamente la misma que nos parecía aberrante respecto de las madres: “¿qué me importa?; es asunto suyo cuántos hijos quieren tener, no tengo por qué cargar con su irresponsabilidad”.

Haga la prueba. Pregunte en su círculo de amigos o colegas si les parecería justo que un hombre casado y con hijos recibiera un salario diverso de aquel que es soltero y no tiene hijos. No se moleste en contarnos la respuesta.

La raíz de este doble estándar es elocuente respecto del tipo de sociedad que hemos construido: una sociedad de un individualismo delirante, que reconoce como derecho individual lo mismo que rechaza como derecho de la familia, una sociedad que acepta y valora cualquier cosa que se presente bajo la forma de derecho individual, pero que no está dispuesta a conceder que los niños, que las personas, que el prójimo, sean bienes sociales. Se protege la “maternidad”, no la “infancia”, y sólo en cuanto constituye un aspecto de la propia realización personal. El hecho de que usemos términos abstractos no es casual; más allá de los discursos, en los hechos, nuestros niños no son bienes, sino “cargas”.

Declaro sin empacho que, como padre de cinco hijos, tengo un descarado conflicto de intereses. Pero declaro asimismo, en mi defensa, que aquí no caben segundas intenciones, porque con mis cinco hijos siempre voy a salir para atrás. No hay compensación económica capaz de cubrir los gastos propios de una familia: puesto en términos de costo y beneficio, la familia es y será siempre el peor de los negocios imaginables. El tema aquí no es, ni remotamente, “fomentar” las familias numerosas de modo que “convenga” formarlas. Basta con que sea posible formar la que uno quiera.  Y es que si negamos este derecho, no se sabe muy bien qué nos va quedando, porque se trata de la comunidad humana más elemental, constituida por un vínculo gratuito de mutua benevolencia en el que no se concibe el bien propio sin el de los demás.

Justamente el tipo de vínculo que tanta falta hace en nuestras sociedades.
#05-foto-1Es probable que esta sea una batalla perdida. Pero sigue siendo cierto que, dentro de muchos años, serán los hijos de irresponsables como yo quienes, en medio de un invierno demográfico global,  financiarán a duras penas, mediante impuestos expropiatorios, las escuálidas pensiones de una horda de ya decrépitos ex-defensores del sacrosanto derecho a rascarse con las propias uñas.

Mi punto es muy sencillo. Si no queremos reconocer el  derecho a formar una familia, al menos exijamos —a todos por igual— el deber de capitalizar para la propia pensión invirtiendo en aquel “recurso” que les va a permitir obtenerla…

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.