Los deberes de los estudiantes

Federico García Larraín | Sección: Educación, Sociedad

#04-foto-1Es curioso notar la cantidad de deberes (y el profundo sentido del deber) que tienen algunos de mis alumnos. El lenguaje en que los expresan es el más fuerte posible: “no puedo asistir a la próxima clase, porque tengo que jugar un partido de fútbol”, “no pude llegar a la prueba porque tuve que viajar” y cosas por el estilo. Llama la atención que la imposibilidad moral sea tan fuerte como una imposibilidad física. Kant, sin duda, estaría orgulloso de ellos.

Parte de mis propios deberes es liberarlos, mostrarles que lo que tienen que hacer no es tal. Son libres, o al menos, a partir de los dieciocho años, bastante libres. No tienen que asistir a clases, ni deben estudiar. Se supone que lo hacen porque quieren, pero es propio de la gente joven no saber muy bien lo que quiere.

La primera revelación viene cuando se dan cuenta de que no están obligados a ir a la universidad, ni a una universidad o carrera en particular. Algunos se sienten obligados por las circunstancias, lo cual hace desagradables sus estudios, pero poco a poco llegan a darse cuenta que esa obligación es condicional: tienen que ir a clases porque quieren titularse, tienen que titularse porque quieren ser profesionales y quieren que ser profesionales porque prefieren eso a la alternativa. Es el momento en que empiezan a verse como dueños de sus vidas.

El paso del “tengo que” o “debo” al “prefiero” o “quiero” es particularmente importante. Implica pasar de ser un objeto que es gobernado la necesidad de las fuerzas externas, a ser un objeto que se gobierna a sí mismo. Asumir la propia libertad también implica empezar a hacerse responsable, puesto que uno es dueño los actos que van conformando la propia vida.

El querer, además, puede darse en distintos niveles. Puede referirse al momento (quiero o no quiero estudiar, quiero o no quiero ver un video), a un espacio de tiempo más largo (quiero pasar el ramo) o a la vida como un todo (quiero ser una persona educada). Esta idea no es algo inmediatamente digerible. El querer de un momento puede ir contra lo que se quiere a largo plazo; libremente se puede hacer lo que en realidad no se quiere. Limitarse, a su vez, puede ser liberador.

Esto no hace las cosas más fáciles, en ningún caso. Hace que las excusas sean muy fuertes: “no quiero asistir a la próxima clase, porque quiero jugar un partido de fútbol, porque prefiero no quedar mal con mis compañeros”. Pero al menos hace que la realidad de las cosas y de la propia conducta sea más clara, y que esa compleja palabra, “deber”, se devalúe un poco menos.