Descentralización, a partir de un ejemplo

Federico García Larraín | Sección: Política, Sociedad

#05 foto 1Hace ya casi un mes y medio desde que se dio inicio al nuevo año escolar. Así, entre 3 millones y medio a 4 millones de niños y jóvenes concurren a sus escuelas todos los días -como lo hicimos Ud. y yo en su oportunidad también-, en ese rito largo, rutinario, lleno de promesas que se denomina “educación”. Los niños y jóvenes no tienen libertad para asistir o no asistir a la escuela, no tienen una “facultad” o “poder”, sino una obligación, obligación que también recae en sus familias, las cuales tampoco pueden decidir no enviar a sus miembros a educarse en las escuelas. La “obligatoriedad” educacional es una imposición del Estado (en Chile es absoluta, porque no se admite ninguna otra forma alternativa de educación) y, si la impone, es lógico que el Estado garantice que todos la puedan recibir, porque de otro modo establecería una obligación imposible de cumplir. Hoy la cobertura del sistema del sistema educacional chileno es casi completa: casi todos los niños y jóvenes obligados a ir a la escuela pueden y están yendo a ella.

El problema actual con esta imposición estatal –que tiene su origen en los primeros absolutismos ilustrados y de la cual el estado moderno se halla tan fatuamente orgulloso– es que la “formación paralela” de los alumnos, la tendencia al acortamiento de la infancia, la madurez precoz y la experiencia de otras generaciones, han convertido a la educación escolar, ante los ojos de una parte de sus mismos supuestos beneficiarios, en un rito vacío e inútil. Ello es particularmente claro respecto de los alumnos (que son los que pertenecen a familias más pobres) que asisten a colegios públicos. Un desaliento sordo y una rebeldía enconada empiezan a surgir desde temprano contra el colegio, los profesores y todo lo que huela a educación. Muchos no quieren estar allí, en la sala, escuchando asuntos que no les interesan y que saben (porque ahora los niños saben o pueden saber más de lo que yo o Ud. sabíamos cuando niños o jóvenes) que no les servirán o no entienden de qué modo lo harán.

El ministro de Educación y los representantes de los estudiantes -todos muy bien intencionados- se reunieron largamente a conversar sobre las reformas educacionales. El cuento es viejo y se viene repitiendo también desde hace décadas, y va para largo. No obstante, esas legiones de niños y jóvenes que día a día y mañana a mañana reinician esperanzados el rito de la educación necesitan una respuesta urgente a su desesperanza. Los cambios de fondo al sistema educacional chileno no se pueden posponer indefinidamente a pretexto de aprobar primero reformas a su institucionalidad y financiamiento.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.