Chismes

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión, Sociedad

El Papa Francisco hablaba, en su catequesis del miércoles, sobre la unidad del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pedía evitar o resolver los conflictos, las divisiones que tanto dañan la convivencia humana y cristiana. Y allí mencionó, en italiano, la palabra: “chisme”. Su aversión a tan repugnante vicio la transparentó apartándose del texto, mirando a los fieles y repitiendo: “el chisme, ¡cuánto daño, cuánto daño hace a la unidad de la Iglesia!

Tenía que ser un Papa latinoamericano quien denunciara este abuso del lenguaje. Abunda, entre nosotros, la incultura de la verborrea, la locuacidad incontinente, la cháchara, la murmuración, el hablar en sordina entre afirmando y sugiriendo pero deslindando responsabilidad (“yo sólo te cuento lo que me dijeron, no me consta pero…”). El mal periodismo abusa del recurso a “fuentes que pidieron reserva de su nombre”: coartada perfecta para acusar de cualquier cosa y enquistar en el público la duda sobre honorabilidad de personas que no tendrán cómo verificar el tenor de la denuncia y la calidad del denunciante. El  desmentido – si llega a publicarse- contribuirá a mantener caliente el tema y reforzar la ya incoada erosión de la honra.

La chismografía es parte sustantiva de nuestros programas de televisión. Es un oficio tan seguro como el de las funerarias. Siempre habrá muertos que sepultar o cremar, y siempre habrá personas que despellejar. Es el nombre chileno para el chisme o murmuración: “pelambre”. Quizás el que mejor expresa la perversa connotación del chisme: desollar viva a una persona, exponiéndola desnuda ante la mirada crítica y divertida de un público ansioso de olvidar sus pesares y mediocridades por la vía de regocijarse en los pecados ajenos.  Oficio despreciable, porque juega y lucra con aquel bien que su víctima aprecia y necesita más que la vida: su honra, su crédito, su buena fama.

El octavo mandamiento divino ordena fundar toda relación con el prójimo sobre  3 pilares: verdad, prudencia y caridad. Por eso son pecado el falso testimonio y el perjurio; el juicio temerario que atribuye al prójimo un defecto moral sin  tener fundamento suficiente; la calumnia que, contrariando a sabiendas la verdad daña gravemente la reputación ajena; y la maledicencia o murmuración, que sin razón objetivamente válida manifiesta los defectos y faltas de alguien, ante personas que los ignoran y no tienen derecho o necesidad de saberlos. Todos estos abusos del divino don de la palabra (¡somos imágenes y semejanzas del Verbo divino!) concurren finalmente en destruir la confianza recíproca, sin la cual una comunidad humana no puede progresar y, apenas, subsistir.

Víbora que inocula veneno, el chismógrafo se expone al severo juicio anticipado por Cristo: “por tus palabras serás condenado” (Mateo 12,36).

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.