Aclarando algo el evolucionismo

Mariano Artigas | Sección: Religión

10-foto-1-autorLa ciencia actual nos presenta un mundo que se ha formado en sucesivas etapas desde la Gran Explosión (Big Bang) inicial. Los científicos están de acuerdo en las grandes líneas, discrepan acerca de muchos problemas particulares, y se plantean, con desigual fortuna, los interrogantes filosóficos y teológicos sobre el mundo y el hombre. El modelo de la Gran Explosión goza de excelente salud. Los científicos admiten que el universo se formó a partir de un estado primitivo en el cual toda la materia y la energía estaban concentradas en un espacio pequeño, con una temperatura enorme. Subsisten dudas sobre la edad del universo, que suele cifrarse entre 10.000 y 20.000 millones de años. Nada se sabe sobre lo que existía y sucedió en los primerísimos instantes. Sólo se dispone de conjeturas que no se pueden someter, por el momento, a pruebas experimentales. Quizá la Gran Explosión fue el resultado de una evolución anterior del universo. Es posible que la Gran Explosión no coincidiera con el origen absoluto del mundo, e incluso algunos dicen que pudo ser un acontecimiento que afectó solamente a una parte de un universo mayor.

Se afirma que en el universo primitivo existían sólo elementos ligeros, a partir de los cuales se formaron, por condensación gravitacional, las estrellas y galaxias. Los elementos más pesados, tales como el carbono, el hierro y tantos otros, se habrían formado en el interior de las estrellas, en las reacciones que allí tienen lugar a temperaturas enormes, y se dispersarían luego en la explosión de las supernovas. Aunque la formación del Sistema Solar sigue siendo una incógnita, se afirma que la Tierra se originó hace 4.500 millones de años. El esquema general de esta evolución cósmica es generalmente admitido. Y la ciencia nada nos dice sobre la creación ni sobre el sentido del universo, que son problemas metafísicos y religiosos. Nuestro universo puede ser contemplado bajo diferentes perspectivas, tales como las del místico, el teólogo, el filósofo o el científico. Esas perspectivas son diferentes y complementarias.

La evolución biológica

10-foto-2-la-evolucioc2a6unLa evolución biológica goza también de gran aceptación. Existe una completa unanimidad entre los biólogos respecto al «hecho» de la evolución. Las discrepancias, nada pequeñas por cierto, se refieren a los «mecanismos» o explicaciones particulares de los procesos evolutivos. Las discrepancias afectan, sobre todo, al origen de la vida en la Tierra. Sin embargo, en la actualidad va ganando terreno la hipótesis del «mundo del ARN», según la cual las moléculas de ARN o ácido ribonucleico son las precursoras de los vivientes que conocemos, porque podrían poseer la capacidad de catalizar su propia replicación (tarea actualmente encomendada a proteínas). Ésta es la opinión de Leslie E. Orgel, aunque señala las dificultades e incógnitas, nada despreciables, que encuentra esa hipótesis y cualquier otra que intente explicar científicamente el origen de la vida. Pero también existen discrepancias cuando se trata de explicar la sucesiva evolución de los vivientes. Stephen Jay Gould sostiene que la selección natural darwinista debe ser completada: es insuficiente para explicar la evolución porque existen otros importantes factores (mutaciones genéticas neutrales, saltos evolutivos, extinciones en masa), y además porque la evolución, al ser un hecho histórico singular y muy complejo, incluye muchos elementos que no pueden ser resumidos en una teoría general. Ni siquiera sabemos cómo se originaron, en la explosión del período Cámbrico hace unos 530 millones de años, casi todos los planes fundamentales de los vivientes: Gould afirma que ese fenómeno fue el suceso más notable y misterioso en la historia de la vida. Cuando llegamos al hombre, encontramos de nuevo múltiples incógnitas, subsisten muchos misterios cuya solución no es sencilla. Sin embargo, ello no impide que exista un consenso generalizado entre los biólogos acerca del esquema general de la evolución y de sus hitos fundamentales.

La vieja pretensión del naturalismo

10-foto-3-la-vieja-pretenEn definitiva, encontramos la situación típica de las discusiones actuales: se tratan con muy buen nivel los problemas científicos centrales, se advierten las lógicas discrepancias que existen entre los científicos acerca de muchas cuestiones, y de vez en cuando, dependiendo de la idiosincrasia de los diferentes autores, tropezamos con problemas filosóficos o teológicos que se tratan con un éxito muy desigual. La situación actual resulta paradójica. Por una parte, todo el mundo reconoce los límites de las ciencias y la legitimidad de otros accesos a la realidad. Pero, a la hora de la verdad, algunos científicos parecen suponer que todo es posible para la ciencia y que, por el contrario, nada es posible para otras perspectivas. El «naturalismo» goza de cierta difusión, sobre todo en los medios intelectuales. Se trata de una vieja pretensión, que no quiere saber nada de causas «sobrenaturales». Por eso presenta el progreso científico como si significase la eliminación de cuanto se relaciona con Dios: la creación, el plan divino y su gobierno del mundo, la espiritualidad humana. A veces, simplemente se ignoran las dimensiones espirituales y los problemas metafísicos: así sucede, por ejemplo, cuando se habla de la «emergencia de la inteligencia» humana como si fuese un problema que se pudiera resolver por medios puramente científicos. Otras veces, asistimos a una verdadera confrontación con los problemas metafísicos, y no precisamente de un modo acertado. Veamos algunos ejemplos.

Gould dice que algunos creadores anuncian sus intervenciones con gran aparato, como Dios, que dijo «Hágase la luz» y apareció el universo; en cambio, otros realizan grandes descubrimientos con modestia, como Darwin cuando definió el mecanismo de la evolución en 1859. Dejando de lado la posible irreverencia al comparar a Dios con Darwin, es claro que Gould opone, desde el principio, la creación divina y la evolución científica. Insiste en que el hombre es el resultado de un proceso muy complejo que incluye mucho azar y es impredecible: desea subrayar que somos un resultado accidental de la evolución, que posiblemente no se produciría si esa evolución se repitiera. Y afirma que esto implica una revolución conceptual que todavía no hemos asimilado.

El mensaje de Gould parece ser éste: como la ciencia no puede predecir los resultados de la evolución, somos un resultado imprevisible, accidental, y nuestra existencia no responde a ningún plan divino. Pero el razonamiento es muy débil desde el punto de vista de la filosofía y la teología. En efecto, un Dios que verdaderamente es la Causa Primera de todo, no necesita ecuaciones científicas ni nada parecido para que sus planes se realicen. Además, Dios no crea necesariamente: al afirmar la existencia de Dios hemos de afirmar también que la existencia humana es contingente, o sea, que podríamos no haber existido. Por fin, que el plan divino es compatible con la contingencia o accidentalidad, y que incluso de algún modo parece exigirla, es una afirmación que, como las anteriores, se encuentra al menos en Tomás de Aquino, en el siglo XIII.

Desde luego, los filósofos y teólogos antiguos sabían poco de evolución, pero Gould parece saber mucho menos aún de filosofía y teología. Algo semejante le sucede a Steven Weinberg, quien señala que no hay evidencia de que exista un plan en el origen y evolución de la vida. Weinberg es premio Nobel de física por sus trabajos sobre la teoría electrodébil, pero eso nada tiene que ver con su anterior afirmación. Como a Gould, más le valdría no meterse donde no le llaman. Es evidente que la ciencia nunca nos permitirá, por sí sola, afirmar que exista un plan divino, como tampoco nos permite negarlo. La ciencia proporciona, eso sí, mucho material para la reflexión filosófica sobre ese problema, pero para abordarlo seriamente es preciso adoptar una perspectiva filosófica y teológica: la ciencia no basta.

Galileo al revés

10-foto-4-galileo-al-reveNo me parece arriesgado afirmar que nos encontramos ahora con un nuevo caso Galileo, sólo que al revés. Los teólogos se equivocaron en el caso Galileo al meterse donde nadie les llamaba, queriendo solucionar problemas que eran de competencia de la ciencia. Ahora sucede algo semejante, pero al revés y a lo grande, Algunos científicos invaden tranquilamente el terreno de la filosofía y de la teología, pontificando sobre temas que la ciencia no puede resolver. La analogía no es invención mía. La oí a un premio, Nobel, quien decía que los científicos tienen hoy día el prestigio social que antes tenían los sacerdotes. En parte, es verdad. La comunidad científica tiene un peso social enorme, y dispone además de medios de comunicación que, no existían hace siglos. Sus opiniones llegan a todos los ciudadanos, e impresionan bastante. Tendría que reflexionar seriamente sobre la actitud que toma acerca de cuestiones que no pueden resolverse sólo con la ciencia. En otro caso, podría provocar una contaminación intelectual y social que dejaría pequeña a la famosa Inquisición. Mi vocación primera fue la ciencia. Siempre me ha encantado la ciencia, ahora también. Pienso que e uno de los principales logros de la humanidad. Precisamente por eso, siento repulsión cuando veo que la ciencia, su prestigio, sus logros, se utilizan como instrumento para invadir otros terrenos, sin respetar la legítima autonomía de cada perspectiva, Comprendo que Sagan, Gould, Weiriberg y otros científicos viven en los Estados Unidos y allí encuentran algunos grupos fundamentalistas protestantes que, a veces, atacan a la ciencia, Biblia en mano. Pero deberían advertir que, en parte, se trata de una reacción frente a los excesos de algunos científicos.

En cualquier caso, es una lástima que, a estas alturas, cuando existe un acuerdo generalizado sobre las diferencias y complernentariedad de la ciencia, la filosofía y la religión, todavía aparezcan, en publicaciones serias y con un prestigio indudable, gazapos que siembran confusión.

Qué dice la Iglesia sobre la evolución

10-foto-5-quec2a6u-dice-la-iExisten teorías de la evolución que son compatibles con la fe cristiana. Así lo confirmó Juan Pablo II en un mensaje dirigido a la Academia Pontificia de las Ciencias. Subrayó que sólo son incompatibles, por principio, aquellas teorías evolucionistas que consideran el espíritu como una emanación de la materia.

Juan Pablo II recordó entonces que no es la primera vez que el magisterio pontificio aborda este tema. Y citó a este propósito la encíclica ‘Humani generis’ (1950), en la que Pío XII afirmaba que la Iglesia no se oponía a la doctrina del evolucionismo «en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente». Pero pedía que se examinaran las razones a favor en contra, sin considerar todavía el evolucionismo como algo ya «cierto y demostrado». Y que se mantuviera que, en cualquier caso, el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios. Juan Pablo II señaló, casi cincuenta años después de aquella encíclica, que «nuevos conocimientos conducen a no considerar ya la teoría de la evolución como una mera hipótesis».

Tres problemas para evolucionismo radical

1. La pretendida racionalidad del mundo científico tiene tres obstáculos insuperables al hablar de la evolución. La primera es el origen de la materia que evoluciona. La materia no es eterna y no puede ser origen de sí misma. Necesita haber sido creada por un ser superior y racional.

2. De la materia por sí sola no surge la vida. Cualquier organismo vivo por primario que sea, no se origina de una materia inerte, sean cuales sean las condiciones a las que ésta se someta.

3. De la vida, por sí sola no surge la vida espiritual. La capacidad humana de razonar, de comunicarse, de progresar, de amar, de sacrificarse no está al alcance de ningún otro ser vivo. El hombre tiene un principio espiritual que le humaniza.




Nota: El autor de este artículo es Profesor Ordinario de Filosofía de la Naturaleza y de las Ciencias Universidad de Navarra. Tomado de La verdad, www.iglesianavarra.org/laverdad