Crucifijos

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión, Sociedad

La Corte Europea de Derechos Humanos condenó al Estado italiano a pagar una indemnización de 5 mil euros a una madre, cuyas hijas estudiaron en un colegio público que exhibe crucifijos en sus aulas. Según el Tribunal, la imagen de la Cruz ofendería la sensibilidad de quienes no comparten la religión católica o no profesan ninguna.

La Ministra de Educación de Italia ya manifestó que no acatará la sentencia, argumentando que la Constitución protege los valores, tradiciones y símbolos que dan cuenta de la identidad cristiana de la Nación.

También la Iglesia deploró el fallo y su fundamentación: ¿cómo, desde cuándo y por qué la imagen de la Cruz puede interpretarse como signo de exclusión, división o intolerancia?

Allí pende una figura de hombre que no ha cometido crimen alguno ni pide la condena de nadie: sólo implora perdón para sus verdugos.

De su corazón traspasado fluye una sangre que no clama venganza, sino se ofrece como bebida vivificante y expiación medicinal de toda ofensa, contra Dios y contra el hombre.

Sus brazos se abren hacia Oriente y Occidente, en muda confesión de universal fraternidad: nadie queda excluido, todos son invitados.

Su cabeza, coronada de espinas, muestra que su dignidad de rey se identifica con la de humilde servidor: su poder y su gloria consisten en ponerse a los pies de los que sufren.

Sus pies están clavados: ese hombre no huye, no se desliga de su misión ni abandona la obra comenzada, sin importar el costo personal.

Sus manos están llagadas: jamás aceptaron el terciopelo de la riqueza o fama de los hombres, ni retuvieron para sí lo que en justicia y caridad pertenece a los pobres.

Está casi desnudo, desarmado, sediento: imagen de todos los pobres, símbolo de todas las carencias e indefensiones que surcan dramáticamente el paso de la historia, en todas las épocas y todas las culturas.

Y no responde a la agresión con amenazas, ni pide ser vengado, ni promete una utópica, revolucionaria trasmutación de la injusticia en perfecta distribución de bienes: sólo recuerda, con su dolor silencioso, a dónde conduce la avara soberbia, y suplica, también sin palabras, que si todavía lo aman documenten su amor amándose unos a otros así como El los amó: hasta dar la vida.

05-foto-2¿Qué miembro de la raza humana, de recta conciencia y corazón sin mancha, puede sentirse ofendido por un símbolo que evoca los más nobles sentimientos, provoca las más altas aspiraciones y convoca a la más universal de las tareas del hombre: construir la paz, basada en la justicia y en el amor sin fronteras?

¡Ay de estos “tribunales a distancia” que hacen justicia de laboratorio; incapaces de comprender y respetar las culturas autóctonas; especialistas en imponer intolerancia en nombre de la tolerancia!

Para ser de Europa, le exigen a Italia que no sea Italia. Quieren una cultura sin raíces ni identidad cristiana.
Signo de amor y manantial de vida, en la Cruz se forja el Hombre.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.