Un filósofo vuelve a lanzarla propuesta del Papa: vivir como si Dios existiese

Sandro Magister | Sección: Religión

Ha salido a la venta en estos días, en Italia, luego de haber sido publicado en Alemania, un libro realmente importante. Tiene por autor a un filósofo cristiano de primera magnitud, Robert Spaemann (en la foto). Tiene por título “El rumor inmortal”, en el original alemán “Das unsterbliche Gerücht”. Un titulo que el autor explica así:

“Que exista un ser que en nuestra lengua se llama ‘Dios’ es un viejo rumor que no se llega a llamar a silencio. Este ser no forma parte de lo que existe en el mundo. Debería ser más que nada la causa y el origen del universo. Pero forma parte del rumor que en el mundo mismo hay huellas de este origen y referencias a aquél. Y ésta es la única razón por la que se pueden hacer afirmación tan diversas sobre Dios”.

El libro, editado en Italia por Cantagalli, es el primero de una colección que lleva por título, y no por casualidad: “Como si Dios fuese real”.

Vivir “como si Dios fuese real” –se crea o no en Él– es la propuesta paradójica lanzada por Benedicto XVI a la cultura y a los hombres de hoy.

Joseph Ratzinger formuló esta propuesta por primera vez, como filósofo más que como teólogo, en el memorable discurso pronunciado por él en Subiaco el 1 de abril de 2005, su última conferencia pública antes de ser elevado al Papado.

Ratzinger la expuso de este modo:

“En la época del iluminismo se ha intentado entender y definir las normas morales esenciales, diciendo que ellas serían válidas ‘etsi Deus non daretur’, incluso en el caso que Dios no existiese. En la contraposición de las confesiones de fe y en la crisis subsiguiente de la imagen de Dios se intentó tener los valores esenciales de la moral fuera de las contradicciones y de buscar para ellos una evidencia que las hiciese independientes de las múltiples divisiones e incertidumbres de las diferentes filosofías y confesiones de fe. Con ello se quería asegurar las bases de la convivencia y, más en general, las bases de la humanidad. En esa época esto parecía posible, en cuanto las grandes convicciones de fondo creadas por el cristianismo resistían en gran parte y parecían innegables. Pero ya no es más así. La búsqueda de una tal certeza garantizadora, que pudiese conservarse incontestable más allá de todas las diferencias, ha fracasado. Ni siquiera el esfuerzo, verdaderamente grandioso, de Kant ha estado en condiciones de crear la necesaria certeza compartida. Kant había negado que Dios pudiese ser cognoscible en el ámbito de la razón pura, pero al mismo tiempo había presentado a Dios, la libertad y la inmortalidad como postulados de la razón práctica, sin la cual planteaba en forma coherente que para él no era posible ningún obrar moral. ¿La situación actual del mundo nos hace pensar nuevamente que quizás él podría tener razón? Quiero decirlo con otras palabras: el intento, llevado al extremo, de plasmar las cosas humanas dejando completamente de lado a Dios nos conduce paulatinamente al borde del abismo, hacia el abandono total del hombre. En consecuencia, debemos poner al revés el axioma de los iluministas y decir: también quien no llega a encontrar el camino de la aceptación de Dios debería buscar vivir y orientar su vida ‘veluti si Deus daretur’, como si Dios existiese. Éste es el consejo que ya Pascal daba a los amigos no creyentes, y es el consejo que queremos dar también hoy a nuestros amigos que no creen. De este modo, nadie se encuentra limitado en su libertad, pero todas nuestras cosas encuentran un sostén y un criterio del que tenemos urgente necesidad.”.

Leído con este trasfondo, el libro de Spaemann logra ser todavía más cautivante.

A continuación se transcribe una muestra, formada por fragmentos entre ellos concatenados, tomados de las páginas 24-42 de la edición italiana:

“Con el derrumbe de la idea de Dios se derrumba también la idea de un mundo verdadero”
Robert Spaemann

La historia de los argumentos a favor de la existencia de Dios es enorme. Ha habido siempre hombres que han buscado asegurarse la razonabilidad de su fe. […] Las clásicas pruebas de la existencia de Dios buscaban mostrar que es verdad que Dios existe. Presuponían que la verdad existe y que el mundo posee estructuras comprensibles, accesibles al pensamiento. Esas estructuras encontraban su fundamento en el origen divino del mundo. Son directamente accesibles a nosotros y por eso son aptas para conducirnos a este fundamento.

Este supuesto es cuestionado a partir de Hume y, sobre todo, por Nietzsche. […] Toda la obra de Nietzsche puede ser leída como una paráfrasis de la lapidaria expresión de Hume: “We never really advance a step beyond ourselves”, por cierto no avanzamos un paso más allá de nosotros mismos […]. Nietzsche afirma que “también nosotros, los iluministas, nosotros espíritus libres del siglo XIX, tomamos todavía nuestro fuego de la fe cristiana –que era también la fe de Platón–, según la cual Dios es la verdad, y la verdad es divina”. Pero precisamente para Nietzsche, este pensamiento es una auto-ilusión, ya que para él no existe la verdad, sino que solamente hay reacciones útiles o dañinas. “No debemos engañarnos y pensar que el mundo nos muestra un rostro legible”, dicen Michel Foucault y Richard Rorty. […] Con el derrumbe de la idea de Dios se derrumba también la idea de un mundo verdadero. […].

El neopragmatista Rorty sustituye el conocimiento con la esperanza en un mundo mejor, donde no se puede ni siquiera decir más en qué debería consistir esta esperanza. […] Es una consecuencia de esto que Rorty tampoco acoge más como una acusación que él habla en modo oscuro y contradictorio. En efecto, en el ámbito de un pensamiento que no se siente ya obligado a la verdad sino al éxito, ya tampoco se puede decir claramente en qué debería consistir tal éxito. Pensamientos oscuros pueden ser más eficaces que los pensamientos claros. La nueva situación se caracteriza por el hecho que decidimos “uno actu”, por parte de nuestra voluntad pura, si hemos de pensar un absoluto, si hemos de pensar este absoluto como Dios, si hemos de reconocer algo como una verdad no relativa a nosotros; y por último, si hemos de sentirnos autorizados a considerarnos a nosotros mismos como seres capaces de la verdad, es decir, personas. […]

En Nietzsche se cumple y adquiere completa conciencia de sí la “via moderna”, es decir, el nominalismo. […] Por eso, en esta situación los argumentos para pensar lo absoluto como Dios pueden ser solamente argumentos “ad hominem”. […] Si no lo quieren, no hay ningún argumento que pueda convencernos de la existencia de Dios. […]

Con el menoscabo del pensamiento de la verdad se menoscaba también el pensamiento de la realidad. Nuestro decir y pensar lo que es está estructurado en forma inevitablemente temporal. No podemos pensar algo como real sin pensarlo en el presente, es decir, como real “ahora”. Jamás ha habido y jamás habrá algo que haya sido siempre solamente pasado o que será solamente futuro. Lo que es ahora, en un tiempo era futuro y en su momento será pasado. El “futurum exactum”, el futuro anterior, es inseparable del presente. Decir de un acontecimiento del presente que en el futuro no habrá sido jamás significa decir que en realidad no es ni siquiera ahora. En este sentido, todo lo real es eterno. No podrá haber un momento en el que no será más verdadero que alguien ha experimentado un dolor o una alegría que experimenta ahora mismo. Y esta realidad pasada prescinde absolutamente del hecho que la recordamos.

¿Pero cuál es el estatus ontológico de este convertirse en pasado, si serán borradas todas las huellas, si el universo no existirá más? El pasado es siempre pasado de un presente, ¿entonces que será del pasado si no habrá ningún presente? En consecuencia, la inevitabilidad del “futurum exactum” implica la inevitabilidad de pensar un “lugar” donde todo lo que sucede se conserva para siempre. De otro modo, deberemos aceptar el absurdo pensamiento que lo que ahora es, un día no habrá sido jamás y, en consecuencia, no es real ni siquiera ahora mismo, lo cual es un pensamiento que solamente el budismo tiende a sostener. La consecuencia del budismo es la negación integral de la vida.

Nietzsche ha reflexionado, como nadie antes que él, sobre las consecuencias del ateísmo, no con la intención de recorrer la senda de la negación integral de la vida, sino de la afirmación de la vida. […] La consecuencia más catastrófica que él extrajo fue que le pareció que el hombre perdía aquello a lo que tiende su autotrascendencia. En efecto, Nietzsche consideró como la adquisición más grande del cristianismo el haber enseñado a amar al hombre por amor a Dios: “el sentimiento hasta ahora más noble y elevado alcanzado entre los hombres”. El superhombre y la idea de un eterno retorno debían hacer las veces de sustituto de la idea de Dios. Justamente, Nietzsche veía claramente que el rostro de la tierra se habría determinado de otro modo en el futuro: los “últimos hombres”, que creen haber inventado la felicidad y se mofan del “amor”, de la “creación”, de la “nostalgia” y de la “estrella”. Ocupados solamente en manipular la propia lujuria, consideran loco a todo disidente que tome en serio a algo, como por ejemplo, la “verdad”.

Como él mismo temía, el heroico nihilismo de Nietzsche se ha demostrado impotente frente a los “últimos hombres”. […] El nihilismo banal del último hombre es difundido hoy, entre otros, por Richard Rorty. El hombre que, además de la idea de Dios, ha dejado de lado también la verdad, ahora conoce únicamente los propios estados subjetivos. Su vínculo con la realidad no es representativo, sino solamente causal. Quiere concebirse a sí mismo como una bestia astuta. Para una bestia del género no se da conocimiento de Dios. […]

Pero si queremos pensar lo real como real debemos pensar a Dios. “Temo que no nos liberaremos de Dios en tanto que creamos en la gramática”, escribe Nietzsche. También habría podido agregar: “… en tanto que sigamos pensándonos como reales”. Un argumento “ad hominem”.




Notas:
El texto íntegro de la conferencia pronunciada por Joseph Ratzinger en Subiaco el 1 de abril de 2005: Europa en la crisis de las culturas.
Texto de S. magister en http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/209020?sp=y
La traducción al castellano es de José Arturo Quarracino.

El libro:
Robert Spaemann, “La diceria immortale”, Cantagalli, Siena, 2008, pp. 200, euro 20,00.

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