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No da lo mismo

Hay una convicción irritante, dirigida, de modo algo condescendiente, particularmente a los jóvenes y a las personas menos ilustradas (que, como sabemos, coinciden, por desgracia, en general con las más pobres) de que da lo mismo lo que se lea con tal de que se lea algo. Así, daría lo mismo leer a Balzac que a Coelho, a Stephanie Mayer que a J. M. Coetzee, a Isabel Allende que a J. Edwards Bello. El último premio Booker, el indio Aravind Ariga, autor de “El Tigre Blanco”, percibe una intencionalidad casi “de clase” en esta división. Pero, en verdad, así como para el cuerpo no da lo mismo con qué nos nutramos, para el espíritu tampoco: somos, en buena medida, lo que vemos, escuchamos, leemos, las personas que frecuentamos, los paisajes que contemplamos (por ello puede ser tan decisivo el entorno social, económico y familiar en el cual crecemos y por ello es esencial una educación que no replique las restricciones de ese entorno): “En cuanto reconoces algo bello, dejas de ser un esclavo”, sostiene Ariga. Es sorprendente, así, que en una época en que abundan las dietéticas corporales y las personas están dispuestas a hacer sacrificios económicos y de todo tipo con el propósito de someter su cuerpo a una selectividad estricta, en cambio, en el plano de nuestra mente cunde una tolerancia de troglodita. Los libros y la lectura gozan de una especial impunidad. He escuchado repetidas veces el argumento de “la escalada”: bastaría sembrar la pequeña semilla de la lectura (cualquiera sea su calidad) para que, como la levadura, creciera el gran árbol y sus buenos frutos. Nunca he conocido un ejemplo de ello. Al contrario, los lectores parecen funcionar dentro de ciertos nichos, se habitúan a ellos, entran a la lectura cuando aparece el libro de sus autores predilectos y salen cuando no lo hay, pero no se saltan a otro distinto, no progresan por sí solos: no he conocido a alguien que comenzó leyendo a Robert Ludlum y terminó en Friedrich Dürrenmatt o Joseph Roth, o se fue, de escalón en escalón, desde Dawn Brown a Fernando Pessoa, Hermann Broch o Isak Dinesen o se pasó desde Barbara Wood a Marguerite Yourcenar y Joseph Conrad.

El tiempo es escaso; seamos selectivos: hay que empezar con buenos autores y buenos libros (no es difícil encontrarlos) y ellos se encargarán de señalar la ruta hacia sus compañeros (a falta de maestros). Si a una persona no le gusta leer, mejor que no lea a que lea cosas malas o mediocres: hace mal, como hace mal la comida indigesta. Mejor, entonces, que escuche buena música, baile, viaje o, simplemente, duerma siesta.




Notas: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.
El lector interesado puede revisar la lista de novelas recomendadas por el Equipo de VivaChile publicadas la semana pasada.