La sangre de misioneros sigue fecundando la tierra

Jesús Colina | Sección: Héroes Anónimos, Religión

En 2008 fueron asesinados veinte misioneros, según una lista realizada por la agencia Fides, órgano informativo de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos. Entre ellos, destaca la muerte del arzobispo caldeo de Mosul, en Iraq, monseñor Paulos Faraj Rahho.

Fue una muerte anunciada. El 29 de febrero, monseñor Rahho fue secuestrado tras haber dirigido el Vía Crucis, a la salida de la iglesia del Espíritu Santo. En el momento del secuestro fueron asesinadas tres personas que le acompañaban: su guardaespaldas y su chofer.

El cuerpo del arzobispo fue hallado el 13 de marzo, cerca de Mosul, después de una llamada telefónica de los secuestradores. El nuncio apostólico en Iraq, el arzobispo Francis Assisi Chullikat, recordando que hasta pocas horas antes se esperaban con esperanza y ansiedad buenas noticias, explica que «monseñor Rahho era un hombre de paz y diálogo, capaz de congregar a cristianos y musulmanes».

Las noticias del secuestro y de la muerte eran referidas casi en tiempo real por la Iglesia caldea al Papa. Cuando se le comunicó que había muerto, el Papa celebró una misa de sufragio en la que afirmó: «Monseñor Rahho tomó su cruz y siguió al Señor Jesús, y así contribuyó a llevar el Derecho a su atormentado país y al mundo entero, dando testimonio de la verdad. Fue un hombre de paz y diálogo».

El arzobispo era plenamente consciente de que su vida corría serio peligro. El 3 de junio de 2007, en Mosul, había sido asesinado uno de sus más cercanos colaboradores, el párroco de la iglesia del Espíritu Santo (la misma iglesia a cuyas puertas fue secuestrado monseñor Rahho), el joven sacerdote Ragheed Ganni, junto a tres diáconos. De hecho, aquellas muertes, en lenguaje cifrado, eran el último de una serie de avisos que los terroristas dirigían al arzobispo.

Sangre en otros continentes

También en otros países y continentes han muerto violentamente los misioneros. Además de monseñor Rahho, fueron asesinados en el año recién terminado dieciséis sacerdotes, un religioso no sacerdote y dos misioneros laicos. Dos jesuitas fueron asesinados en Moscú, a finales de octubre; cinco de los misioneros, en África (dos en Kenia y uno en Guinea Conakry, Nigeria y República Democrática del Congo); cinco en Hispanoamérica (dos en México, y uno en Venezuela, Colombia y Brasil), y siete en Asia (cuatro en la India, y uno en Filipinas, Sri Lanka y Nepal).

En general, muchos de estos misioneros han sido víctimas de la criminalidad organizada u ordinaria, que ve en ellos una clara amenaza a su imperio del terror o chantaje. De todos los lugares, en 2008, destaca un caso totalmente particular, la India.

Ese país, y en especial el Estado de Orissa, se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del planeta para los sacerdotes y los religiosos. El padre Bernard Digal, de la archidiócesis de Cuttack-Bhubaneshwar, fue una de las primeras víctimas de la campaña de violencia anticristiana lanzada por fundamentalistas hindúes que estalló a finales de agosto.

La violencia asesina ha provocado, según datos de la Conferencia Episcopal de la India, 81 muertos, 22.236 refugiados acogidos en los campos del Gobierno, más de 40.00 desplazados del distrito de Kandhamal, 4.677 casas destrozadas, 236 iglesias y 36 conventos destruidos o seriamente dañados; cinco sacerdotes católicos heridos, así como la violación y el escarnio público de una religiosa.

El padre Bernard fue golpeado el 25 de agosto y murió después de dos meses como consecuencia de las graves lesiones sufridas. «Durante su vida, el padre Bernard mostró determinación y valentía para testimoniar y morir por Cristo. Ha muerto como auténtico cristiano, e inmediatamente después de la agresión sufrida perdonó a sus enemigos y perseguidores», recuerda el sacerdote Mrutyunjay Digal, de su misma archidiócesis.

La agencia Fides, al hacer pública la lista de los veinte misioneros asesinados, aclara que es provisional, pues habría que añadir «la larga lista de aquellos de los que quizá nunca se tendrá noticia, que sufren en todos los rincones del planeta y pagan con la vida su fe en Cristo».

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