Teología de la liberación como hermenéutica historiográfica y pseudo-mesianismo intrahistórico

Carlos A. Casanova. | Sección: Política, Religión, Sociedad

Desde los tiempos de su predicación pública, Cristo se convirtió en piedra de escándalo, como había predicho el profeta Simeón, al realizarse la Presentación del Salvador en el Templo. El principal motivo por el que muchos judíos contemporáneos rechazaron a Jesús fue porque Dios encarnado no sólo no vino a instaurar un reino temporal, como esperaban algunos en su interpretación carnal de las profecías de Daniel y del Salmo 2, entre otros muchos pasajes vétero-testamentarios, sino que declaró abiertamente que su Reino no es de este mundo e introdujo la diferenciación entre la esfera del espíritu y la esfera de la prudencia política en la sociedad de los hombres, con una radicalidad desconocida aún por los profetas y los filósofos “místicos”: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Muchos judíos rechazaron a Dios hecho hombre, el Emmanuel, y radicalizaron la expectación mesiánica en el sentido de espera de una liberación política e intra-histórica. Esto es lo que llevó en el año 70 al cumplimiento de las profecías de Jesús en lo referente a la destrucción de Jerusalén y del Templo (Mt 24, 2 y ss.; 19, 42-44. –A ellas se refiere también Flavio Josefo como “profecías antiguas”, sin saber que eran de Cristo): la expectación mesiánica aseguró a los zelotes que podrían triunfar en una guerra contra Roma. Esto mismo es lo que llevó a la rebelión de Bar Kokhba en el siglo II, a su auto-proclamación como mesías, a la expulsión de los cristianos de la sinagoga como “traidores” y al martirio de muchos de ellos por no reconocer a aquél como mesías y por no participar en la guerra suicida contra Roma (cfr. E. Michael Jones. The Jewish Revolutionay Spirit and Its Influence on World History. Fidelity Press. South Bend, 2008, pp. 49-53).

Cristo incoó su reino en la tierra por medio de la Iglesia, y ésta, pacíficamente, logró inspirar varias civilizaciones, entre las cuales la Cristiandad latina, quizá la única en la que, hacia el siglo XII, se pudo considerar abolida la esclavitud (Christopher Dawson, The Making of Europe; también, Jean Gimpel, The Medieval Machine). Pero hacia la misma época resurgió en el seno de esa misma Cristiandad el milenarismo y el mesianismo intra-histórico, que arraigó en el proletariado naciente de Europa por la retórica de clérigos desarraigados y heréticos. Por una extraña paradoja, este movimiento que puede considerarse judaizante en el sentido indicado de inmanentización de la salvación, condujo al asesinato de numerosos judíos en las riberas del Rin y en Jerusalén, al que sólo los Obispos lograron poner coto (cfr. Norman Cohn, The Pursuit of the Millenium: Revolutionary Messianism in Medieval and Reformation Europe and Its Bearing on Modern Totalitarian Movements. Harper and Row, Nueva York, 1961). Se inició así, en el seno de la comunidad cristiana, un tipo de fenómeno que nada tiene de nuevo, como se ve, ni de particularmente “latinoamericano”, pero que reaparece recurrentemente en la historia y que entre nosotros y hoy lleva el nombre de “teología de la liberación”.

Por supuesto que cada uno de los movimientos de este tipo tiene su propio carácter. El últimamente mencionado depende de una aceptación de diversas categorías marxisto-engelsianas, conforme a las cuales la religión y la teoría, de por sí, no son sino una máscara de intereses de clase. Es decir, los adherentes de la teología de la liberación, de la auto-denominada “teología latinoamericana”, además de la tradicional y antigua aspiración a una liberación intrahistórica, expresada con claridad, por ejemplo, en la obra del vasco Jon Sobrino, sostienen a priori que la creencia religiosa en Cristo, la teología contemplativa que se ocupa de Dios en sí mismo, no son sino modos de perpetuar la explotación de “los pobres” (cfr. Jorge Costadoat. “La liberación en la cristología de Jon Sobrino”. Teol. vida. [online]. 2004, vol.45, no.1 [citado 07 Enero 2009], p.62-84. Disponible en la World Wide Web: . ISSN 0049-3449). Hay un ligero cambio de terminología respecto del marxismo, pues no se habla de “los proletarios”. Pero ese cambio no afecta para nada el espíritu del marxismo, pues Marx mismo enseñó en el Manifiesto comunista que los comunistas, al igual que el tirano de República IX, se ponen siempre del lado de los “oprimidos”, sin que importe el estadio de desarrollo de las relaciones de propiedad en cada lugar del planeta. Entonces, la teología de la liberación, y su voz encarnada en Sobrino, puede afirmar sin vergüenza y sin necesidad de estudiar archivos o la historia real que “la cristología puede ser útil para cosas buenas, pero puede ser utilizada para cosas malas, lo cual no debiera extrañar, porque, siendo hecha por seres humanos, está también sujeta a la pecaminosidad y la manipulación. No hay que olvidar que en la historia ha habido cristologías heréticas que han recortado la verdad total de Cristo, y, lo que es peor, que ha habido cristologías objetivamente nocivas, que han presentado a un Cristo distinto y aun objetivamente contrario a Jesús de Nazaret. Recordemos que nuestro continente cristiano ha vivido siglos de opresión inhumana y anticristiana sin que la cristología, al parecer, se diera por enterada y sin que supusiera una denuncia profética en nombre de Jesucristo” (ibídem). Y también: “[Jon Sobrino] pretende ‘despacificar’ y ‘desidolatrizar’ a Cristo, de modo que no nos tranquilice ante la miseria y no pueda usarse su nombre para oprimir a nadie. […], la recuperación del Jesús histórico y de su praxis […] en oposición y rompimiento respecto de una fe en ‘un Cristo sin Jesús’ que por siglos se ha prestado para mantener a los pobres en la opresión […], rescatar y salvaguardar a Cristo de las distorsiones de su divinización y abstracción, las cuales operan como si con prescindencia de Jesús de Nazaret fuera posible saber en qué consiste ser ‘cristo’” (ibídem).

No importa si, en realidad, España, por haber recibido la diferenciación cristiana entre el poder secular y el poder espiritual, por haber aceptado que Cristo es Dios y por ello Rey de reyes, es la única potencia de la historia que, a pesar de haber contado con el poder para aplastar a los pueblos sometidos a conquista (en este caso de América), inició, sin embargo, un debate sobre la justicia de la conquista que tuvo resultados concretos y que fue capaz de reconfigurar la empresa conquistadora toda. No importa si no pocos de los conquistadores mismos tenían intenciones evangelizadoras y llevaron a cabo una empresa probablemente justa, con la alianza de los pueblos sometidos a los imperios “originarios” (Cortés). No importa si junto a los conquistadores vinieron los misioneros y los oidores y corregidores que establecieron un orden jurídico (recuérdese de modo especial a Motolinea y a Polo de Ondegardo). No importa si las encomiendas en muchos lugares fueron sustituidas por pueblos de doctrina. No importa si la razón por la que inicialmente se aceptó la esclavitud de los africanos sea que se pensó que por medio de ella se los libraba de un destino más duro, ni si se dispuso que se les diera un trato conforme a la Epístola a Filemón. No importa si cuando España conoció de las cacerías humanas de africanos dejó de traficar con los negros, por ciertas bulas papales y por la actividad pastoral de un Pedro Claver. Todo eso no importa, porque a priori, el teólogo de la liberación “sabe” que todo eso no fue sino una máscara para esconder los intereses de las clases dominantes. Ellos tienen la llave de la historiografía. Quienes los contradigan, sencillamente no entienden los principios “científicos” que les han sido revelados a ellos por la Historia y por Marx, Gadamer, Ricoeur, sus profetas, en la escritura sagrada de las tesis sobre Feuerbach, el Manifiesto comunista, Verdad y método, Temps et récit y otras obras cuyo canon depende más de la ortopráxis que de cualquier verdad histórica, por supuesto.

Sí, cualquiera que se les oponga con los “textos o ‘sistemas’ antiguos”, superados, es sencillamente un iluso, un trasnochado o un nostálgico de tiempos pasados que no volverán. O, más propiamente, un aliado de las clases explotadoras. –Y dichos textos incluyen la propia Sagrada Escritura, tal como fue recibida por los cristianos fieles al Primado de Pedro por veinte siglos. Por esto, porque el pasado no puede resistir el curso de la historia, está cercano el día en que la Iglesia reconocerá que Jon Sobrino tenía razón… La explicación de este aserto, sin referirse al aserto, nos la da un maestro de Teología y vida. Según él, incluso en las ciencias naturales se ha dado una relativización de los conocimientos y los científicos han tenido que reconocer las condiciones históricas que hacen posible la ciencia. Además, en otro plano, el de las “conceptualizaciones” metafísicas que están en la base de la teología, los sistemas del pasado han sufrido naufragio, e intentar volver a ellos sería simple nostalgia ilusoria: hay que abrirse a la filosofía “hermenéutica”, que nació en la anteposición de la praxis a la teoría que inauguran de modo explícito Marx y Engels en las tesis sobre Feuerbach, que sabe que no hay verdades meta-históricas, y que nos sitúa en la presente época, la única en la que podemos vivir. Veamos dos textos en este sentido:

1) “[Ha habido una] toma de conciencia hermenéutica de las ciencias que se ha dado gracias a los dos terremotos que han removido los fundamentos de su seguridad: la teoría de la relatividad de Einstein que relativiza solo a un ámbito la mecánica clásica de Galileo y Newton; los dos modelos o representaciones posibles del mundo microfísico (el modelo corpuscular de la Mecánica Cuántica y el modelo continuo de la Mecánica Ondulatoria) enseñan a los científicos que sus teorías no representan la realidad tal como es, sino que son modelos siempre provisorios. Más allá del escepticismo la conciencia hermenéutica ha significado ‘una sana desabsolutización del conocimiento científico’ y ‘una toma de conciencia de la radical historicidad de las ciencias, es decir, de las condiciones históricas que la hacen posible’” (SILVA A., Eduardo. La ‘teología fundamental’ de Teología y Vida. Teol. vida. [online]. 2000, vol.41, no.3-4 [consultado 30 Diciembre 2008], p.328-373. Disponible en la World Wide Web: . ISSN 0049-3449).

2) “[Los dos principales teólogos fundamentales de ‘Teología y vida’] son conscientes de que todavía carecemos de los conceptos aptos para expresar las tensiones y paradojas propias de esta situación de confrontación. No poseemos en nuestro presente —y ello es característica coherente con lo dicho— la conceptualización que poseyeron otras épocas, otros momentos supremos de integración cultural, otros tiempos en que fueron posibles sistemas armónicos: ‘los tiempos benditos de la gran ontoteología neoplatónica, de la síntesis aristotélico-tomista, de la teodicea leibniziana, del sistema hegeliano’. De hecho nosotros hoy pensamos solo con los restos, con los retazos sobrevivientes del naufragio de estos sistemas. Nuestros teólogos no caen en la tentación de una huida hacia atrás, hacia cualquier forma de premodernidad que pretenda evitar este naufragio. Hacen teología fundamental porque piensan la fe desde nuestra situación, y no se contentan con repetir lo que ya fue pensado en otro contexto, y hoy nos resulta impensable” (ibídem).

Lo que estos dos textos encierran, sin duda, es mala metafísica, que para nada es exigida por la época presente. En primer lugar, el número 1 es una suscripción acrítica de tesis semejantes a las de Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas. Pero las tesis de Kuhn presuponen una concepción sistemática de la ciencia, que es falsa. Las investigaciones históricas de Pierre Duhem habían mostrado ya suficientemente que, pues los sistemas axiomáticos de la física matemática se refieren a la realidad, es posible una traducción de un sistema conceptual a otro. De hecho, eso fue lo que hicieron Fresnel y Young con los conceptos newtonianos de “fit of easy reflection” y “fit of easy transmission”: al descubrir la traducción, fueron capaces de aprovechar los experimentos de Newton sin necesidad de repetirlos, a pesar de que éste sostenía una teoría corpuscular de la luz y aquéllos una teoría ondulatoria (cfr. The Aim and Structure of Physical Theories. Atheneum. Nueva York, 1962, p. 160). Por ello ni Heisenberg ni Einstein dicen que la mecánica newtoniana haya sido superada, sino, al contrario, que es y siempre será verdadera con la precisión de los instrumentos que usó Newton (véase los Diálogos sobre la física atómica, de Werner Heisenberg). Pero, más allá de esto, debe notarse que hay una distinción básica sin la cual la filosofía de la ciencia natural no puede dar cuenta de su objeto de estudio. Hay una aproximación causal y una aproximación hipotético-matemática a la realidad natural. Por ello, como sabía bien Popper, hay verdades de la física o de la química o de la biología que no se pueden falsar. Baste con esto por ahora (me he ocupado de estos temas en mi libro Reflexiones metafísicas sobre la ciencia natural).

Mucho más falsa aún es una concepción sistemática de la metafísica. Esta disciplina constituye en primer lugar una reflexión que se mueve hacia los principios del conocimiento humano, como el de no contradicción, y que se demora en ellos, como el libro IV de la Metafísica de Aristóteles. En esto se diferencia de la matemática, que “baja desde los principios”. Luego, desde ese terreno que no puede ser el de las demostraciones propiamente dichas, se eleva al conocimiento de las realidades más altas, de las que sólo tenemos, en la terminología escolástica, “demostraciones ‘quia’”, que van de los efectos a las causas, a las que sin duda se refiere san Pablo en el famoso texto de Romanos 1, 18-21. Entonces, la metafísica no es sistemática. En realidad, ni siquiera la geometría euclidiana lo es en el sentido que dan a la palabra “sistema” los autores posthegelianos o en el sentido en que algunos matemáticos intentaron sin éxito reducir la matemática a sistema en el siglo XX.

La invocación de Einstein, la mecánica cuántica y otros sistemas axiomáticos de la física constituyen solamente una cortina tras la cual el lector puede eximirse de la formación metafísica, y aceptar acríticamente la negación de la verdad metahistórica, que es mala metafísica, claro. Son una excusa o una simple confusión (Dios juzgará) que permite usar el lenguaje cristiano y vaciarlo de su contenido, incluida la Fe en la divinidad de Cristo y su carácter de Mesías pacífico. Ante tan radical subversión del Magisterio del Romano Pontífice al que son fieles los Obispos chilenos, no nos queda como simples laicos sino rezar por que el Espíritu convierta a los clérigos que, quizá sin percatarse de ello, “desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se han sometido a la justicia de Dios” (Romanos 10, 3).

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