De nada vale el silencio

Prensa | Sección: Política, Religión, Sociedad

Resulta curioso constatar como son muchos los que se conjuran para invitarnos al silencio cuando se cuestionan o se atacan de forma pública nuestras creencias. “No tenemos que hacer caso, no tenemos que responder. Se diga lo que se diga no afecta a la Verdad”. La recomendación general, instalada en amplias capas del catolicismo español, es guardar silencio.

El silencio es la comodidad de los cobardes y el inicio de la apostasía. Es el bálsamo necesario para que, precisamente, nadie tenga en cuenta la opinión de los católicos, para que su voz quede reducida a una prácticamente inexistente minoría.

Son muchos a los que conviene el silencio, porque así se ahorran pronunciarse; porque así pueden seguir adelante con la vida social y política que exige rendir culto a la progresía imponiendo una apostasía social de la Fe.

Precisamente, porque se ha observado ese silencio hemos llegado a la situación actual. Durante décadas se han atacado, laminado y minado nuestros Principios y Valores. El silencio de los católicos ha sido en estas décadas la mejor forma de colaborar con el proceso de descristianización de España.

Lógicamente hoy estamos en una fase avanzada de ese proceso en el que muchísimos católicos han colaborado de forma inconsciente al asumir la “doctrina del silencio”. La inexistencia de una opinión pública católica con peso real ha hecho que los políticos se refugien en una cómoda igualación: todos tienen los mismos derechos a expresarse. La diferencia es que la agresividad del laicismo que hoy todos percibimos se expresa a través de la ofensa y la difamación.

Por todo ello los católicos debemos dejar de ser esa opinión pública invisible. Ha llegado la hora del testimonio, de ahí que sea necesario contestar en los medios a la campaña para la difusión del ateísmo iniciada por la “Unión de Ateos y Librepensadores”.

Contestar de forma pública para dejar en evidencia a todos aquellos que, amparándose en la doctrina del silencio, esquivan tener que pronunciarse; a todos aquellos que esquivan comprometerse reduciendo el hecho a “una tontería que no merece perder el tiempo”; a todos aquellos que desde el poder siempre inclinan la balanza, para no verse perjudicados en las urnas, hacia quienes combaten la Fe.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Acción Española.

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