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Sexo, política e irracionalidad

Se presupone que el fin de las políticas públicas es mejorar las condiciones de vida de las personas con los menores costes económicos y sociales posibles. A veces esto comporta un cierto sacrificio del presente para mejorar el futuro. El seguro de paro, por citar un ejemplo, es un mecanismo complementario de las reducciones de plantilla de las empresas, en buena medida ligadas a un necesario aumento de la productividad. En este caso nunca se contempla la alternativa teóricamente posible de prohibir el despido y evitar así el drama del paro, porque sería la mejor manera de hundir la economía a medio plazo.

Las políticas públicas implican acciones de fomento, bien económicas bien de otro tipo, como divulgar comportamientos y actitudes que resultan más convenientes. Es lo que se hace cuando se promueve, aunque no se obliga, a la llamada responsabilidad social de la empresa.

En otros casos incluso se llega a la obligación legal, como las leyes que promueven la igualdad de la mujer. También se aplican las medidas opuestas al fomento, es decir el restringir, el limitar. Es el caso de las limitaciones por edad sobre el alcohol, para conducir, sobre el tabaco para los jóvenes.

Este grupo de medidas es cada vez más importante porque el Estado es cada vez más intervencionista en la vida de las personas, hasta alcanzar la plenitud del ridículo. Cuando la Ministra de Sanidad, Elena Salgado, la emprendió con el tamaño de las hamburguesas, o ahora mismo el Proyecto de Ley de Código Civil de Cataluña obliga a la paridad de las tareas domésticas en el matrimonio, se está cayendo en excesos propios de un intervencionismo tal, que incluso le gustaría meterse hasta en la cama de los ciudadanos. En estos casos, las políticas públicas a que pueden dar pie estos delirios serían nefastas. Y, por lo general, no se desarrollan y, por consiguiente, no pasan del simple enunciado.

Uno de los problemas graves que tienen todas las sociedades occidentales, y en particular y de forma creciente España, son los embarazos entre adolescentes y jóvenes, por una parte, y por otra el aumento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Ante este hecho, una política pública correcta propondría todas las vías profilácticas posibles, que por otra parte han sido definidas por la OMS y que se concreta en tres puntos: la abstinencia o retardo de la edad del mantenimiento de la primera relación sexual, la fidelidad, es decir mantener relaciones sexuales siempre con la misma pareja, y el preservativo. Es de sentido común. Las dos primeras además de tener prácticamente una garantía del 100% cosa que el preservativo no tiene, son las más económicas. En la lucha contra el SIDA, en África, los países que han registrado un éxito importante, han sido aquellos que precisamente han aplicado estas tres vías.

En este contexto de la bondad o maldad de las políticas públicas, la Comunidad de Madrid está incurriendo en una ejemplo desastroso, porque por una parte fomenta el uso del preservativo (es una de las banderas del consejero de sanidad) y por otra se dedica a prohibir publicaciones que recomiendan la abstinencia. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo informar a la gente especialmente a los jóvenes, incitarles a la reflexión de que la promiscuidad, el cambio de pareja, el empezar pronto la relación sexual, es malo?

¿Por qué impedimos a los jóvenes que beban alcohol hasta los 18 años, o que conduzcan un coche o que voten, es decir que elijan, y no les ponemos ningún impedimento ni limitación para que acometan con frecuencia y desde los 13 o 14 años un acto tan delicado, comprometido y de riesgo, como es mantener una relación sexual? ¿Qué extraña enfermedad mental se ha apoderado de los dirigentes políticos que son incapaces de utilizar la razón y los principios científicos para aplicar políticas concretas?

¡Qué terrible paradoja! Quienes se reclaman del laicismo en nombre de la realidad acaban cayendo en el oscurantismo de la consigna bajo banderas tan estúpidas como es el idolatrar una goma, o tan suicidas y dañinas como fomentar el aborto. Pero, este es un mal que por desgracia no sólo aqueja a la post izquierda española sino también al Partido Popular.

El Papa, en su reciente alocución a los que somos miembros del Consejo Pontificio para los Laicos, recordaba la necesidad de que los políticos tengan capacidad para el discernimiento cultural y competencia profesional. El responsable de la sanidad pública de la Comunidad de Madrid y todos aquellos otros altos responsables políticos que le permiten sus absurdas políticas persecutorias de la prevención de las enfermedad de transmisión sexual, carecen de esos dos requisitos.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Forum Libertas.