- VivaChile.org - https://viva-chile.cl -

La codicia

No amemos, pues, las riquezas inciertas, sino la virtud sólida. No nos humille el rigor de la pobreza ni nos exalten las riquezas, cosas que suelen humillar o exaltar a los más necios. Por el contrario, sobrepongámonos a la una y a la otra con honradez, soportando con ánimo sereno lo triste y lo alegre.

El afán de la riqueza interrumpe el sueño reparador, urde calumnias contra los inocentes y, una vez que ha reunido bienes inmensos, prepara leña para los fuegos eternos.

Cuando la insaciable avidez se lanza a la búsqueda de las riquezas, la avaricia nunca se da por satisfecha, sino que desprecia las leyes, se burla de las llamas del infierno y desdeña el tribunal del juicio venidero. No luchan tan denodadamente los enemigos contra sus adversarios como las riquezas contra la virtud, a no ser que estén administradas por la razón y la misericordia para con los pobres. En las ciudades son preferidas a la nobleza; a los nuevos ricos les procuran una familia de abolengo.

El deseo de riqueza no se sacia con ninguna riqueza.

El que es avaro siempre es pobre; no sabe de moderación aquel a quien le falta lo que tiene y lo que no tiene.

El infierno nunca se harta de muertos, sino que cuantos más recibe más desea. Imitadora suya es la avaricia, pues no puede saciarse, y cuanto más tiene más busca. En comparación de lo que ambiciona, considera poco lo que ya posee, es desmesurada, es incontenible, es incapaz de apaciguar la codicia del corazón con la magnitud de sus bienes. En los convites no devora manjares, sino injusticias; en los juicios, sembrando litigios y discordias, engendra la envidia, por la que se llega hasta el homicidio. No es dueña de sí, se tambalea como ebria, teniendo como única medida buscar siempre sin medida.

El mar está cerrado por el litoral, y los puertos, tanto los artificiales como los naturales, aguantan el oleaje que viene de alta mar y el furor de los potentes remolinos; pero la codicia de riqueza, si no es frenada por la razón, ni la refrena el consejo, ni la ley es capaz de calmarla, ni la sacia abundancia alguna.

No se avergüenza, no teme el juicio futuro, sino que en su deseo de tener más, igual que los lujuriosos y dados a los placeres suelen desear los abrazos y enloquecen de pasión, así ella esparce calumnias y disensiones por las ciudades, pueblos y aldeas. La vehemencia de la avaricia se apodera de islas, mares, tierras, costas, caminos y puertos, pues el deseo de tener más transporta las mercancías de acá para allá para negociar con ellas y, con fraudes y perjurios, echa los fundamentos insaciables de las riquezas.




Nota: El texto está tomado de la Carta Pascual de Teófilo, obispo de Alejandría, a los obispos de Egipto, año 404)