Justicia y aborto

José Antonio Valdivia Fuenzalida | Sección: Política, Sociedad

Con mucha frecuencia, cuando se quiere defender el aborto, se le sitúa en el plano de la libertad. Por ello, el principal argumento aducido por aquellos que quieren legalizarlo es que no se estaría respetando la libertad de los ciudadanos si la ley no les permite terminar violentamente con el embarazo. Dirían: ¿por qué no poder optar entre tener y no tener un hijo ante la circunstancia de un embarazo no deseado?, ¿por qué el estado tiene que inmiscuirse en una decisión privada que concierne nada más que a los afectados, principalmente a la mujer? O bien, ¿qué pasa con las personas a las que un embarazo no deseado impide la consecución de sus proyectos de vida?, ¿por qué prohibirles la opción? De acuerdo a esto, no debemos extrañarnos de que la gran mayoría de las organizaciones pro-aborto se hagan llamar pro-opción o algo por el estilo.

No obstante, al abordar el tema del aborto desde la perspectiva de la libertad me parece que se incurre en un grave error. Desde el mismo instante en que se pone en juego la vida de un ser humano, el criterio fundamental no es la libertad, sino la justicia. Si viéramos que un delincuente está intentando terminar con la vida de una persona inocente, ¿lo dejaríamos cumplir con su voluntad o tomaríamos la determinación de impedir como sea que lo haga? No cabe ninguna duda de que cualquier persona decente se decidiría por lo segundo y nadie sensato le reprocharía su acción. Con el aborto ocurre lo mismo. ¿Acaso el estado debe permitir que se cometan asesinatos, violaciones, robos, torturas y todo tipo de crímenes para no pasar a llevar la libertad de los ciudadanos?

Algunos argumentan que no es justo que unos pocos impongan sus valores religiosos al resto de esta sociedad diversa y pluralista. Se interrogan: ¿por qué los creyentes –y sobre todo los cristianos– tienen que imponer su forma de vida sexual a aquellos que no tienen sus mismos valores?, ¿por qué si ellos no están de acuerdo con el aborto se empecinan con tanta fuerza en que nadie pueda optar por hacerlo? Si los cristianos quieren llevar su vida sexual de una forma determinada, pues nadie se los impide. Pero que no traten de imponer lo mismo al resto de la sociedad, quitando el derecho a optar a los que viven su sexualidad de otro modo.

El error de la anterior forma de ver el problema está en que el fundamento de aquellos que están en contra del aborto no tiene nada de religioso. Por otro lado, tampoco es un intento de imponer una determinada forma de vida sexual al resto de la sociedad. No. Ante todo, lo que se busca es resguardar la justicia. Para ello, hay que proteger la vida de los inocentes, sobre todo si son los más débiles e indefensos. En este sentido, lo que escandaliza a los creyentes no es que haya quienes no crean lo mismo que ellos, sino que se acabe, bajo el amparo de la ley, con la vida de un ser absolutamente inocente, sea cual sea la circunstancia en que haya sido concebido. Que en una sociedad se cometan asesinatos contra personas inocentes es algo que ocurre todos los días. Lo monstruoso es que estos asesinatos sean permitidos por la ley. ¿Lo hacen todos los países desarrollados? ¡Qué Dios nos libre entonces de ser desarrollados! ¿Qué diríamos si se legalizara el asesinato y la tortura en nombre de la libertad? Todos alzarían la voz protestando contra tamaña abominación. ¿Por qué no ocurre lo mismo cuando se trata de los seres más indefensos de todos?

Por lo demás, aun cuando la libertad sea un bien importante y tenga que ser resguardada como un derecho en cualquier sociedad que se precie de no ser totalitaria, hay otros bienes que lo son aún más. En efecto, el hecho de que la libertad sea un bien valioso radica precisamente en que sin ella no se podrían conseguir otros bienes todavía más importantes y valiosos. El derecho a la vida y la justicia son algunos de ellos. Por lo tanto, pretender que se pasen a llevar la vida y la justicia en nombre de la libertad es algo totalmente desproporcionado. Es tan absurdo como que alguien que ama mucho el dinero viviera en la miseria para no gastarlo. Por cierto, el resultado siempre es absurdo cuando se les da a los medios un valor absoluto, ya que se pierde de vista aquello para lo cual existen. No nos extrañemos de que al encontrarnos en la era de la libertad absoluta y sin límites, también estemos en la era de la confusión y el sin sentido.

A veces, también nos encontramos con supuestos cristianos pro-aborto que argumentan de la siguiente manera: Dios creó al hombre libre. Es decir, con la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Conforme a esto, no es lícito que el estado le prohíba realizar ciertos actos que puedan ser considerados como malos. ¿Por qué la ley tiene que penalizar actos tales como el aborto si Dios mismo nos dio la capacidad de elegir entre lo bueno y lo malo? En otras palabras, ¿por qué la ley debe meterse en las decisiones libres de cada persona si Dios no lo hace?

Puede verse fácilmente que el anterior discurso es completamente falaz. Si fuera correcto habría que legalizar todos los crímenes que nos podamos imaginar para no pasar a llevar esa libertad que nos dio el Creador: la violación, el asesinato, la tortura, etc. Por otra parte, bajo el mismo nombre de “libertad”, el autor utiliza dos conceptos distintos: la libertad como un derecho y la libertad como una propiedad del ser humano. Que Dios nos haya hecho seres libres, es decir, capaces de conducir nuestros actos desde nosotros mismos, no significa que justifique todos los males que cometamos. Asimismo, el que podamos hacer el mal no quiere decir que este sea totalmente lícito. En consecuencia, no porque seamos constitutivamente libres tenemos derecho de hacer lo que queramos. Muy por el contrario, justamente porque somos libres se hace necesario el castigo. Si todos hiciéramos el bien de manera instintiva, todo castigo carecería de sentido. ¿Qué corregiríamos con él? Consiguientemente, para que no se cometan males, necesariamente debe haber leyes que castiguen a quienes los lleven a cabo. Así, para evitar asesinatos, tiene que haber una ley que los penalice. De esta forma, si el aborto es un asesinato, no tiene ningún sentido que se le despenalice en nombre de la libertad que tenemos por el hecho ser hombres.

No obstante lo anterior, me parece conveniente dejar muy claro por qué podemos considerar al aborto como uno de los peores crímenes contra la humanidad: con el fin de conseguir fines mezquinos se acaba arbitraria y unilateralmente con la vida de un inocente que no tiene cómo defenderse. ¿Cuáles fines mezquinos? Siempre los mismos: el bienestar, la comodidad y la seguridad económica de los afectados, muchas veces ocultos tras el velo de la “salud mental”. Respecto a la famosa “Pastilla del día después”, si bien no existe certeza absoluta de que sea abortiva, la situación es exactamente la misma. En caso de que fuera abortiva, con su uso se estaría asesinando a un inocente. Por lo tanto, del mismo modo que un cazador estaría incurriendo en una gran irresponsabilidad si se pusiera a disparar en un parque sin estar completamente seguro de que no hay niños cerca, nosotros deberíamos tener total certeza de que la Pastilla del día después no es abortiva antes de legalizarla y usarla. Ante la duda, abstente.

Teniendo en cuenta lo anterior, me parece que no tiene ninguna validez el argumento de quienes piensan que al no permitirse el aborto caemos en una injusticia social por cuanto solo pueden llevarlo a cabo de forma clandestina los que tienen los recursos económicos. En efecto, puesto que el aborto es un asesinato no podemos legalizarlo para que haya igualdad de oportunidades. En ese caso, habría que legalizar todos los crímenes que solo puedan ser perpetrados por quienes tengan dinero. Así, para que todos puedan matar a sus enemigos con armas de fuego, habría que legalizar todo asesinato con el fin de que el estado pueda facilitar dichas armas a quienes no sean capaces de pagarlas. Del mismo modo, habría que legalizar la droga y facilitarla a todos aquellos que no tienen el dinero suficiente para comprarla. Pero si tener una buena situación económica nos va a llevar a cometer crímenes, ¡Dios nos libre de ser ricos!

Ahora bien, no puedo terminar sin antes examinar uno de los argumentos más importantes que se aducen para defender el aborto. Me refiero al de que con él se protege la salud mental de los afectados, en especial de la madre. Este argumento cobra mayor validez en los casos extremos, como cuando una mujer queda embarazada a causa de una violación o cuando el hijo viene con un peligro inminente de fallecer al poco tiempo después de haber nacido. Es indudable que en los dos casos el sufrimiento de una madre puede ser enorme. Es más, la probabilidad de que esta última caiga en una fuerte depresión es muy alta. De acuerdo a esto, dirían: ¿No será conveniente que se haga un aborto para resguardar su salud mental?

En el caso de la violación está más que claro que, con o sin salud mental, se cometería una gran injusticia si se practicara un aborto. Por más que la madre no pueda soportar tener un hijo del hombre que la violó, el primero no tiene ninguna culpa de haber sido concebido en esas condiciones. Mas, ateniéndonos de forma exclusiva a la pregunta planteada, me parece que la respuesta aún sigue siendo negativa. Nunca puede ser bueno para una persona acabar injustamente con la vida de otra. Muchas veces el camino a nuestra felicidad no es incompatible con los sufrimientos y dificultades que podamos padecer. Todo lo contrario, para alcanzarla se requiere de mucho esfuerzo. Este implica resistir a una gran cantidad de dolores, penas y dificultades. ¿Desde cuándo que escaparse de los problemas es un buen medio para acercarse a la felicidad? Hacer lo justo y el bien en toda circunstancia es la única manera de vivir una vida plena y con sentido. La vida humana está llena de penurias y dolores inevitables. Buscar siempre el bienestar y la comodidad escapándose de los dolores humanos es imposible, por lo que solo puede conducirnos a la frustración. La felicidad no se identifica con ellos ni tampoco es contraria al dolor. Por ello, el principio que debe mover al ser humano es el bien y la justicia, únicos medios para vivir con esperanza un mundo repleto de miserias. Desde esta perspectiva, debemos cuidarnos del concepto de salud mental que estemos utilizando para defender el aborto. Del mismo modo que decir mentiras puede producirnos alegrías y tranquilidades momentáneas, acabar con la vida de un niño que va a nacer puede producir un cierto grado efímero de desahogo a una madre. Sin embargo, al igual que las mentiras hacen de nuestra vida algo insoportablemente inseguro y poco estable, terminar con la vida de un niño inocente instalará en nuestra conciencia un remordimiento que nos sumirá para siempre en la amargura.

En efecto, como decía Platón, es mucho peor cometer una injusticia que padecerla. Esto se debe entender como que nuestra vida dejará de tener sentido si somos malas personas, en cuanto destruimos aquello que hace que esta valga la pena de ser vivida. Recordemos el estado de ánimo del protagonista de Lord Jim, obra maestra de Joseph Conrad, después de huir del barco en el que era primer oficial, abandonando a su suerte a todos los pasajeros: “No había manera de volver. Era como si me hubiera tirado a un pozo… a un hoyo profundo, eterno…”). Y momentos después: “Cabría creer que hasta el último fragmento de tierra firme se había hundido; que se habían ahogado todos los hombres de la tierra, salvo aquellos desgraciados del bote y yo (…) Me parecía creerlo. Todo había desaparecido y… todo había terminado (…) para mí”. Cuando, en lugar de quedarse en el barco salvando a sus pasajeros, tomó la determinación de escapar, todo aquello por lo que había vivido, todo lo que era valioso para su vida, el honor, sus sueños, se hizo polvo. Frente a un mundo como ese, mejor era morir. Es en este contexto que se puede entender plenamente el gran miedo de Dostoievski expresado en la siguiente frase: solo temo no ser digno de mis sufrimientos. Deshacerse de un niño inocente, bajo cualquier circunstancia que nos podamos imaginar, es una forma de no serlo. Por lo tanto, que las leyes de un país faciliten este tipo de decisiones, a largo plazo no es ningún beneficio para sus ciudadanos.

Conforme a lo anterior, pienso que antes de hablar de salud mental hay que saber muy bien lo que esta significa, sobre todo si con ella se busca justificar la muerte violenta de un niño inocente. Ahora bien, si he querido detenerme para comentar este concepto, es para que no quede ninguna duda respecto de la inconveniencia del aborto, incluyendo el aborto terapéutico. Me parece que este último no se justifica ni siquiera en los casos más extremos. Y no solo porque nunca puede haber certeza absoluta con relación a lo que pasará a la madre y al niño, sino que además porque abortar es un asesinato cruel – una verdadera tortura para su víctima – que de ninguna manera puede ser beneficioso para la salud mental de los padres.

En consecuencia, me atrevo a decir con certeza que el aborto en todas sus formas es una abominación por lo que no podemos permitir que sea legalizado en nuestro país. ¡Qué nos importa si en casi todo el mundo es legal! ¡Qué relevancia puede tener para nosotros que en los países más poderosos y desarrollados lo sea! Más bien sintámonos orgullosos de mantenernos firmes en el camino de la justicia y el bien.

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