Ser y obrar, en la persona del artista

Helena Ospina | Sección: Arte y Cultura

El ser del artista se plasma inevitablemente en su obrar. Sostengo la unidad de esta vinculación, aunque soy consciente de que la obra del artista, una vez creada, se sostiene por sí sola, goza de su propia autonomía como obra de arte, pero lleva inevitablemente –como lo expresó bellamente Maurice Nédoncelle en su Historia de la Estética– “el aroma” de su creador.

Sostengo esta unidad inevitable, porque si la persona humana se define, en definitiva, por la calidad de sus elecciones –libres y responsables–, la obra de sus manos y de su genio creador no la puedo separar de ese núcleo personal, interior, decisivo que se plasma externamente en las obras.

Con esto quiero dejar claro que la integridad de la obra de arte no guarda una relación “causal” –de causa y efecto– con la persona del artista, porque la obra de arte ha de regirse “externamente” por una serie de valoraciones formales estéticas que no necesitan tener en cuenta la biografía y anécdotas circunstanciales del artista.

Aunque esto es cierto, me gusta pensar y afirmar que el arte es “la transparencia”, “el resplandor de la persona”, de sus anhelos y angustias, de sus aspiraciones y límites, de lo que lleva entre pecho y espalda.

Viendo las cosas de esta manera, la formación estética de una persona cobra un matiz importante, porque dependiendo de lo que la persona entienda por “ser hombre”, “ser mujer”, de ese núcleo ontológico brotará la expresividad de su quehacer artístico.

¿Por qué la expresión cultural de nuestra civilización contemporánea aparece tan caótica, disforme, descoyuntada, desvertebrada? ¿Por qué surge así, no sólo como manifestación espontánea, sino como explicitación formal intencionada y volitivamente expresada? ¿No será porque el arte ha querido desvincularse de la persona? ¿No será porque el arte desconoce o no quiere intencionalmente re-conocer el misterio que yace en el interior de la persona? Pocas veces en la Historia del Arte la expresión artística se ha manifestado con un acento tan desgarrador, acuciante. Es termómetro indicador de una escisión –querida y buscada– en el ser humano, “vaciado” de sus vísceras y de todo lo que podría ser en él, “resplandor” del misterio de su intimidad y de su dignidad.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Arvo.net.

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