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Por una cultura de la vida

Muchos que defienden la vida en sus inicios y en su final, y se preocupan, con razón, del terreno que van ganando el aborto y la eutanasia en algunos países, sin embargo no son conocidos por su defensa de la justicia social o por su compromiso a favor de los pobres y necesitados. Piensan quizá que no hay tantos (porque ellos comen tres veces al día y van calientes y en coche); o al contrario, que, como son muchísimos, sólo se puede hacer muy poco, y así se van conformando con hacer ese poco, quizá demasiado poco.

Es claro –y con el Evangelio en la mano es evidente– que una cosa no va sin la otra, la protección de la vida naciente y la preocupación por la justicia social, pues la vida humana ha de ser protegida en toda su amplitud.

Benedicto XVI ha empleado, en su primera encíclica, la expresión “cultura de la vida” como opuesta a la anticultura de la muerte, en el sentido de promover la solidaridad y la generosidad con los otros. Dos semanas más tarde, en enero de 2006, se refería a la anticultura de la muerte que se expresa en la crueldad y la violencia, el mundo ilusorio de la droga, la felicidad falsa, la mentira y el fraude, la injusticia y desprecio del otro, la falta de solidaridad y responsabilidad con respecto a los pobres y a los que sufren. Anticultura que se expresa también en la sexualidad vivida como pura diversión irresponsable que cosifica a las personas, que de por sí son dignas de un amor que pide fidelidad, y por tanto no pueden convertirse en mercancías, en meros objetos.

Y proponía tomar una postura firme: “A esta promesa de aparente felicidad, a esta ‘pompa’ de una vida aparente, que en realidad sólo es instrumento de muerte, a esta ‘anticultura’ le decimos ‘no’, para cultivar la cultura de la vida. Por eso, el ‘sí’ cristiano, desde los tiempos antiguos hasta hoy, es un gran ‘sí’ a la vida. Este es nuestro ‘sí’ a Cristo, el ‘sí’ al vencedor de la muerte y el ‘sí’ a la vida en el tiempo y en la eternidad”.

¿Cómo se expresa ese “sí” a Dios que es a la vez un sí a la vida humana? Pues en los diez mandamientos, que –explicaba el Papa– no son un paquete de prohibiciones, de «noes», sino que presentan una gran visión de la vida. Si se recorren uno a uno se percibe que son un sí a Dios y a la familia, a la vida y al amor responsable, a la solidaridad, la responsabilidad social y la justicia, a la verdad y al respeto del otro y de lo que le pertenece. En definitiva: son un “sí” a la verdadera vida que se nos da con el bautismo y con la eucaristía.

Al mes siguiente (febrero de 2006) volvía a insistir en que la cultura de la vida se basa en la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones. Toda vida humana, en cuanto tal, merece y exige ser defendida y promovida siempre”. El hedonismo de las sociedades del bienestar exalta la vida mientras es agradable, pero rebaja el cuidado y el respeto cuando está enferma o experimenta la discapacidad. Desde la coherencia del Evangelio se hace preciso, y posible, servir eficazmente a la vida, “tanto a la naciente como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento, especialmente en su fase terminal”.

En la catedral de San Patricio (Nueva York), en abril de 2008, confirmó que los cristianos estamos llamados a proclamar el don de la vida, proteger la vida y promover una cultura de la vida, que va unida a “la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios”.

Parece llegado, por eso, el tiempo en que los “pro vida” promuevan también la justicia social, y que los defensores de la justicia se preocupen por los no nacidos y los que se ven amenazados por su debilidad o ancianidad. Quizá se responda que no se llega a todo, que en el propio grupo se encuentran las dificultades. Pero lo cortés no quita lo valiente. Sobre todo de los cristianos, y más en tiempos de crisis, se espera esa valentía.




Este artículo fue publicado en “Análisis Digital”, www.analisisdigital.com.