Dar el tono

José Luis Widow L. | Sección: Educación, Política

“Dar el tono” es algo propio del mundo de la música, en el cual un cantante o, en una orquesta, el primer violinista dan un tono según el cual se alinean todos los demás que vayan a participar en la interpretación colectiva de una pieza musical. El que da el tono pone la medida para todo el resto. La interpretación musical puede ser un éxito o fracasar según esa medida. Todo el resto deberá luego dar el tono en el sentido de que tendrá que seguir fielmente el señalado por el miembro principal.

Tomada desde ese mundo, se usa hoy en el ámbito de casi cualquier actividad colectiva en la que su buen término depende de la buena labor de uno de sus integrantes. Da el tono aquel que haciendo bien su trabajo coopera suficientemente al logro del fin del grupo.

Sin lugar a dudas, igual que en la interpretación colectiva de una obra musical, habrá algunos miembros del conjunto cuyo “tono” es más importante, pues establece la medida para los demás. Los otros, en cambio, deben darlo, más bien, en el sentido de ejecutar de acuerdo a las directrices generales puestas por el principal aquellas acciones que tienden a conseguir el logro común.

Es fácil imaginar una situación en la que uno de los miembros del grupo “no da el tono” perjudicando al resto. Cuando eso ocurre se le insta a que corrija su actividad o simplemente se le reemplaza. Más fácil aun es imaginar una situación en la que el principal no da el tono. Es más difícil de solucionar porque precisamente quien debiera preocuparse de corregir cuando hay fallos es el que falla. Como además su papel es poner una medida al trabajo que realizan los demás, el conjunto total funciona mal. Cada uno anda por su lado.

El logro de sus fines por cualquier grupo humano depende, en definitiva, de que todos sus miembros “den el tono” y muy especialmente el principal, aquel que pone la medida a los demás.

¿Está dando el tono el gobierno? Me parece que el gobierno de Bachelet, ahora que ya termina (en realidad le falta más de un año, pero la sensación de todos es que está de salida) se ha destacado, primero, por la incapacidad de tomar decisiones, aun sabiendo que son buenas. A veces es por no contrariar al izquierdismo más panfletario y duro (piénsese, por ejemplo, en la ausencia de Bachelet en el homenaje a Jaime Guzmán o en el descarte de introducir cambios significativos en la legislación laboral); otras veces es para no dar marcha atrás en decisiones erradas previas (Transantiago); otras, simplemente porque no se tiene idea qué hacer (sistema TV). Ya se sabía de la indecisión de Bachelet desde sus tiempos de ministra de salud y defensa, pero marcó en las encuestas… La segunda cosa por la que se ha destacado este gobierno, junto con los demás de la concertación, es en educación. En este terreno francamente no se ha dado el tono, sea por pecados de omisión sea por pecados de comisión. El gobierno de Bachelet partió con la rebelión de los pingüinos, a propósito de la cual se prometieron cambios definitivos en educación para desempantanar de una vez la formación de las nuevas generaciones. Sin embargo, de lo que era necesario hacer no se ha hecho nada. Absolutamente nada. Sí se han hecho cosas que era necesario no hacer. De nada servirá cambiar las leyes y crear gigantescas comisiones si es que no se inyectan más recursos para que el profesor pueda desarrollar mejor su clase. Eso significa mejores salarios, más y mejores libros, más becas para los que se preparan en las universidades para ser profesores, mayor acceso de los profesores a estudios de perfeccionamiento que tengan que ver más con las materias que enseñan y menos con técnicas educativas desconectadas de la labor diaria que deben realizar, mejor infraestructura, mayores subsidios a la demanda, término de la inamovibilidad laboral de los profesores, mayor apoyo a la autoridad del profesor, vuelta a la exigencia de disciplina a los alumnos, partiendo por su presentación personal. Es aquí donde definitivamente el gobierno no ha dado el tono. Pareciera que no es capaz de darse cuenta que la educación de los niños y jóvenes no es una mera cuestión de administración educacional, sino un proceso en el cual el niño debe ir haciéndose señor de sí mismo a través del cultivo de virtudes y, al mismo tiempo, debe ir despertando su inteligencia de manera de llegar a interesarse por entender toda la realidad, que es lo propio del hombre culto. Así, ese niño o joven podrá entusiasmarse tanto con la lectura de una buena novela, de un episodio histórico o de un problema ético como con partido de fútbol o una fiesta de fin de semana. O, si todavía le gusta más el fútbol o la fiesta, se tratará de que al menos su vida no sea monofocal, en el sentido de que apunte solo a la diversión fácil e inmediata.

El problema es que el los miembros del gobierno parecieran no poder dar el tono en estos asuntos simplemente porque no ven el problema. Y no lo ven, aparentemente, porque miran alrededor de ellos para encontrarlo cuando tendrían que mirarse a sí mismos. Son tantos los que hoy gobiernan que, al menos según lo que se ve exteriormente, llevan una vida mediocre en el sentido moral. Familias deshechas, hijos cuasi abandonados (con muy poca de la imprescindible presencia de alguno de sus padres), una concupiscencia por el poder desatada, y a veces la sexual también, egoísmo e ideologismo a la hora de tomar decisiones, de proponer y votar leyes, etc.

El hombre moral es el que tiene la fuerza de voluntad para gobernar su vida según aquello que es bueno. El hombre desmoralizado es el que carece de dicha fuerza y es arrastrado fácilmente por los vientos, a veces tormentosos, que siempre están presentes en la vida humana. El desmoralizado está imposibilitado de dar el tono en la sociedad para que la vida en común sea el primer factor que empuje a la autoexigencia, que es el único camino por el que se pueden lograr cosas que valgan la pena. El tono moral de la sociedad, hoy día, es simplemente una vergüenza. El hedonismo, la frivolidad, el pansexualismo invade los ambientes y los espíritus haciéndolos incapaces de abordar empresas que signifiquen esfuerzos. Todo eso suele ser disfrazado de libertad, de progresismo, de indudable señal de modernidad. Pero no es más que liviandad y mediocridad.

Evidentemente que las personas que desde el gobierno han cooperado en esta interpretación desentonada de lo que debe ser la vida social no están capacitados para ver ni para implementar soluciones en la educación de las nuevas generaciones. Es que no saben lo que es la educación ni menos educar.

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