Relativismo y educación

Leonardo Bruna R. | Sección: Educación, Sociedad

Leonardo BrunaUn problema que no siempre aparece explícitamente, pero está implícito en la mente de muchos alumnos y que condiciona profundamente su aprovechamiento de la clase y de su estudio, es el tema de la verdad.

El hombre de hoy en general piensa que la verdad, sobre todo de objetos de conocimiento suprasensibles (filosófico-morales y religiosos) es algo relativo a cada uno, a cada sociedad y tiempo. Cada uno tiene su propia verdad sobre las cosas y por tanto todos los juicios opuestos sobre lo mismo son legítimos y verdaderos.

En este contexto relativista se fundamenta la tolerancia (ciertamente mal entendida) como virtud básica de la convivencia humana. Tolerancia pensada como aceptación de todos los juicios diversos, incluso contrarios, sobre una misma cosa como igualmente legítimos y verdaderos. Se excluyen de la palabra humana los juicios categóricos y se reducen a sólo “opiniones”, a meras comunicaciones de la propia subjetividad.

Cuando en una sociedad llega a pensarse como cierto que cada uno tiene su propia verdad, entonces, como lógica consecuencia, cualquier intento de fundamentar la verdad de unas afirmaciones y la falsedad de otras aparece como imposición violenta y arbitraria de unos sobre otros, como fundamentalismo intolerante que atropella y niega al prójimo.

En virtud de lo anterior la educación, especialmente la formación intelectual, se plantea como mera exposición de los diversos pensamientos y doctrinas, sin juicio crítico de las diversas posiciones. El buen profesor, tolerante y no autoritario, sería aquel que expone sin tomar posición dejando al alumno la elección de lo que mejor le parezca.

La causa filosófica inmediata del relativismo es el racionalismo inaugurado en la modernidad por Descartes. El racionalismo afirma a la razón en sí misma, sin referencia al ser de las cosas, como principio determinante de la verdad. Un contenido de conciencia o idea es verdadero porque así aparece a la misma razón que lo piensa. El criterio de verdad cartesiano es la “claridad y distinción” o “evidencia” con que aparece la idea a la misma mente. En definitiva, algo es verdadero porque “así me parece”.

Por el racionalismo, la razón del hombre moderno quedó vuelta sobre sí misma y olvidada del ser objetivo de las cosas extramentales. La razón, objetivando exclusivamente sus propias ideas, se convirtió de hecho en el criterio de la verdad de sus contenidos. Ahora bien, como existen muchas razones, cada una con sus propias ideas, y como la verdad de la idea consistiría en que aparezca como tal a la misma razón, entonces lógicamente debe afirmarse que existen muchas verdades, incluso opuestas, sobre lo mismo. Existen tantas verdades como sujetos racionales existen.

Sin embargo, la causa más profunda y fundamental del tránsito del realismo al racionalismo filosófico no es filosófica sino teológica. La absolutización de la razón humana como principio determinante de la verdad de las cosas, la afirmación de la supremacía o anterioridad constituyente de la razón sobre el ser y su verdad, sólo se explica por la soberbia intención de prescindir del ser y del orden objetivo creado por Dios.

El rechazo del ser, “olvido del ser” lo llamaba Heidegger, necesario para la absolutización de las propias ideas de la razón, en el fondo, es un rechazo de Dios, Principio eficiente y ejemplar de todo ser. Olvidando el efecto y su orden se olvida la Causa y su voluntad. Frente a la humildad del realismo filosófico, que reconoce el ser y su verdad como algo dado por Otro y objetivo, el moderno racionalismo prescinde del ser y constituye la razón humana como norma absoluta de su verdad.

La primera consecuencia del relativismo es la negación, aunque sea implícita, de la verdad. Si todas las afirmaciones, pensamientos o doctrinas sobre una misma cosa y contrarias entre sí son igualmente verdaderas, entonces no existe ninguna verdad sobre ello. Si todo es verdadero nada es verdadero. Por ejemplo, si el juicio: “el hombre no tiene alma espiritual” fuese tan verdadero como el juicio: “el hombre tiene alma espiritual” entonces no se puede reconocer nada cierto sobre ello porque es contradictorio. El hombre es con alma espiritual o no es con alma espiritual, pero no las dos cosas a la vez. La verdad de una cosa excluye que puedan ser igualmente verdaderos dos juicios contradictorios sobre lo mismo, porque las cosas no pueden ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Ahora bien, la implícita negación de la verdad que subsiste en el relativismo tiene como efecto primario que el hombre ya no busque la verdad. En efecto, no se puede amar y buscar esforzadamente lo que en realidad no existe. El relativismo es una de las principales causas del contemporáneo “desencanto de la verdad”.

En esta situación no puede realizarse perfectamente la obra educativa. Si el profesor se plantea en términos relativistas, el alumno en realidad, aunque no lo parezca, no lo toma en serio. La suya no será más que “otra opinión”. Por otra parte, el profesor relativista no puede tener un profundo y apasionado amor por lo que enseña y por ello no puede suscitar el amor de la verdad en sus alumnos. En este contexto la clase se convierte en un trámite puramente formal, sin vida y tedioso. Por otra parte, si el alumno es vitalmente relativista, entonces, se acaba en él el amor por la verdad. Su escucha de la clase y su estudio estarán minados en su base por el escepticismo y la duda más radical. Este escepticismo y duda radical, sobre todo respecto de la religión, es sin duda una de las causas más profundas de la tristeza del joven de hoy.

La consecuencia práctica más tremenda del relativismo es el totalitarismo, el primado de la fuerza en la ordenación de la vida humana social. En efecto, desde el momento en que se instaló el racionalismo filosófico el ser objetivo de las cosas ya no fue más el criterio de la verdad de los juicios racionales humanos. Pero como los hombres deben organizarse para que la vida social sea ordenada y no un anarquismo caótico, es necesario que prevalezca una “opinión” sobre las otras. Entonces, como no se reconoce el ser objetivo como la referencia común de la verdad de los juicios, y como según el relativismo todas las posiciones son igualmente verdaderas, surgió el “consenso democrático” como principio regulador. Pero, el criterio del “consenso” se reduce al criterio de “mayoría”, y detrás de la mayoría no siempre está la verdad objetiva de las cosas, aunque siempre está la “fuerza”.

La “opinión mayoritaria” en la actual democracia relativista es manejada de hecho por los grupos de poder. Por tanto, la sociedad se regula según lo que el más poderoso, en razón de sus propias conveniencias, considere que es lo mejor. Se hace en una sociedad lo que quiere el que tiene fuerza suficiente para ello. El totalitarismo (ejercicio violento de la autoridad), consecuencia del racionalismo relativista, instaura en la sociedad el domino del más fuerte y con ello el atropello sistemático y “legal” de los derechos humanos más fundamentales (abortos, adopción de hijos por homosexuales, etc.).

La consecuencia totalitaria del relativismo también se advierte en la educación. Negada la verdad objetiva ya no puede haber propiamente educación de la persona. Ciertamente, como lo más propio de la persona es la capacidad de dirigirse libremente a su propio bien, y esto supone que pueda conocer por sí misma la verdad sobre ello, si no existe la verdad ya no hay un bien objetivo de la persona que la educación deba procurar. La educación termina siendo capacitación de los individuos en “habilidades” y “competencias” en orden a su utilidad práctica para los requerimientos de la sociedad. En la educación el fin ya no será la formación de la persona en cuanto tal, la actualización de la capacidad de bien objetivo de su propia naturaleza, sino otra cosa: un cierto estado de cosas en la sociedad en orden a lo cual la persona sirve como medio.

La educación de una persona no será hablar a su inteligencia para que entienda por sí misma la verdad de las cosas y su orden, para que desde sí misma y convencidamente quiera obrar y obre de una cierta manera, sino que será una “técnica”, muy preocupada del “método”, orientada simplemente a producir ciertos comportamientos, previamente juzgados como “útiles” para la sociedad por la dirigencia ideológico-política de turno.

La educación se reduce a capacitación para el trabajo entendido sólo como medio para el desarrollo económico, y al desarrollo de aquellas “virtudes cívicas” fundamentales para sostener la actual democracia relativista, como son la “tolerancia” y el “pluralismo” despojados de su sentido verdadero. Ambos fines son sociales, pero no personales.

Educar sin violencia y en conformidad con la dignidad del educando, persona siempre amable por sí misma y fin de toda la obra educativa, exige que el fundamento de la educación sea la formación de su inteligencia en la verdad. Pero esto es justamente lo que se hace imposible con el relativismo.

Tagged as: , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,