¿Existe el “derecho” a equivocarse?

Manfred Svensson H. | Sección: Sociedad

Siendo alguien a quien le gusta escribir, mi primera inclinación es a decir que sí: quien hace demasiado frecuentemente pública su opinión sobre tal o cual tema corre tanto mayor riesgo de estarse con cierta frecuencia equivocando… y nada más natural que pensar entonces en un derecho a equivocarnos. Pero hay precisiones que no están demás. Pues hay una distancia entre reconocer por una parte que los hombres somos falibles y el introducir por otra parte aquí la palabra “derecho”, casi como si el equivocarnos constituyera un acto de justicia. Un alumno se puede equivocar en un examen. De ahí no se sigue que su profesor tenga derecho a ridiculizarlo, pero tampoco se sigue que el alumno conserve su derecho a la máxima calificación: recibirá una calificación más baja, y precisamente así se hará justicia. Hay que imaginar la consternación del profesor si el alumno replicara “¿acaso no hay derecho a equivocarse?”

Esto puede parecer un mero juego de palabras, pero no lo es. La idea de tener un “derecho a equivocarse” es en efecto tan problemática como la idea de que tengamos un “derecho a la felicidad”. Tenemos, ciertamente, derecho a seguir siendo respetados tras equivocarnos, tal como tenemos derecho no a la felicidad, pero sí a buscar la felicidad por todos los medios lícitos. Pero eso es todo. Y el hecho de que acostumbremos introducir aquí un derecho no tiene nada de inocente: pues con eso en lugar de afirmar que somos falibles, o que necesitamos perdón por nuestros errores, introducimos en el mismo momento del reconocimiento del error una autojustificación. Precisamente lo único que dignifica al error, la humildad en el reconocimiento del mismo, es borrado de un plumazo. El error mismo parece como una reivindicación más entre tantas otras. ¿Cómo no vamos a tener derecho a él si no hay absolutamente nada a lo que no creamos tener derecho?

Pero esto es sólo uno de los puntos inquietantes. Otro lado del problema aparecerá si atendemos a los distintos campos en que se puede errar. Quien se equivoca en un ejercicio matemático y luego dice “¿acaso no hay derecho a equivocarse?”, está diciendo una tontería; pero sólo eso, una inocente tontería. Pero la mentalidad de los “derechos a equivocarse” y de los “derechos a la felicidad” también se hace extensiva a aquellos campos en los que el objeto de nuestro error no es de naturaleza mental, sino una persona. La señora González cree que fue un error casarse con el señor Herrera. Bien puede haberlo sido. Pero a lo único que tiene “derecho” en tales circunstancias es a esforzarse por ser la mejor persona posible, porque más importante que cualquier “derecho” es el hecho de que ella y el señor Herrera se deben mutuamente. Muchos nos dirán que ella tenía “derecho a equivocarse” y que en virtud de su “derecho a la felicidad” puede dejar al señor Herrera por el señor Figueroa, por lo demás de modo tan expedito como quien corrige el error del ejercicio matemático al que también tenía derecho. ¡Pero pobre palabra “derecho”! Emparentada alguna vez con la justicia, la vemos ahora desfilar como mera bandera del egoísmo. A este error sí que no tenía derecho alguno nuestra civilización.

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